2010/01/11

Descubrimientos en la cueva de Abittaga (Amoroto)

Hau AUNIA aldizkariko 28garren alian argitaratutako artikuluan testu orijinala da (aldizkarikua laburtuta dago). Oier Gorosabelek moldatu dau, Santi Urrutia eta Andres Urrutiak 2005ko ILLUNZAR aldizkarirako idatzittakuan gaiñian.

Descubrimientos en la cueva de Abittaga (Amoroto)

ADES Espeleologia Taldea (Gernika-Lumo).

1. Un hallazgo espeleológico imprevisto.

2. Bittor Arropain, un personaje de leyenda. 4

3. El cierre del círculo: dos investigaciones que confluyen. 5

ANEXO I 6

Hodie mihi, cras tibi 6

ANEXO II 10

A los 85 años estaba en visperas. 11

Cuando la guerra termine seremos siempre amigos. 11

¡Corta cuarenta palos bien recios! 12

No queria morirme sin volverte a dar un abrazo. 13


1. Un hallazgo espeleológico imprevisto

La cueva de Abittaga está situada a orillas del río Lea en el término municipal de Amoroto (Bizkaia), y ha venido siendo usada sin interrupción desde tiempos inmemoriales. José Miguel Barandiaran descubrió un yacimiento arqueológico en 1964, determinando la siguiente estratigrafía: las primeras ocupaciones de la cueva corresponden al Magdaleniense superior final, acogiendo a grupos de cazadores con una importante actividad de pesca de salmónidos; una segunda fase se desarrolla durante el Epipaleolítico; y, finalmente, durante la Edad de los Metales, la cueva pasa a tener un uso sepulcral colectivo, apareciendo restos de cerámica prehistórica, huesos humanos y animales. No son los únicos indicios de sus antiguos ocupantes: adentrándonos en la oscuridad, descubriremos numerosos huecos en el suelo usados por los osos para hibernar.

Argazkiak.org | Abittagako sarreria © cc-by-sa: ades

La primera medición topográfica de esta caverna fue realizada por el Grupo Espeleológico Vizcaíno en 1958, estableciéndose en 250 metros el desarrollo de la gran galería inicial. En 1982 el ADES tomó el relevo y las campañas de exploración que periódicamente hemos venido realizando desde entonces nos han desvelado la cavidad más sorprendente y espectacular de la comarca de Lea-Artibai[1]: la belleza gótica de la “Sala ADES”, la tremenda “Sala de los Lloros” que emociona al más rudo espeleólogo, el delicado y encantador “Paso de los Azucarillos”...Abittaga es actualmente un laberinto de más de 5.000 metros cuya exploración mantenemos abierta. En cualquier caso este terreno está restringido a los espeleólogos; los hechos que hoy nos ocupan tuvieron lugar en un lugar más accesible, los 250 metros de la galería de entrada.

A partir de la década de 1960, la gente que se aventuraba en Abittaga comenzó a encontrarse con unas extrañas piezas metálicas. A comienzos de los años 70, integrantes del grupo de espeleología de la OJE de Gernika hallaron varios cartuchos con bala; a finales de esa década un habitante de Ondarroa declaró también haber encontrado restos de fusil... Cuando en los años 80 el ADES tomó el relevo de las exploraciones, la aparición de este tipo de material se convirtió asimismo en algo habitual para nosotros: seis guardagatillos, once portacorreas y una bayoneta fueron recogidas en diferentes épocas por nuestros compañeros Roberto Garai y Gotzon Aranzabal. Generalmente las piezas aparecían en una hondonada llena de bloques de piedra de la galería principal, o en un pasillo lateral que existe oculto tras la pared de dicha galería. Entre los hallazgos declarados y los que desconocemos, resulta imposible hacer un cálculo razonable del número de piezas que han podido aparecer a lo largo de los años.

El 30 de Diciembre de 1997, Pablo Feijoo y Jorge Lejarraga se encontraban realizando una escalada a unos 50 metros de la boca. Al alcanzar una repisa, se encontraron con lo que parecía un conjunto de antiguos fusiles. En un colchón de paja descompuesta se podía ver restos de madera, 8 cañones y 9 bayonetas, y por las chapas de hierro de la parte trasera de la culata, dedujeron que el depósito albergaba originalmente 12 fusiles. Los espeleólogos juzgaron conveniente recoger tales restos, con el fin de evitar que siguieran dispersándose: uno de los fusiles fue entregado a la sección de Patrimonio de la Diputación de Bizkaia; otro a la asociación cultural Gernikazarra de Gernika, dedicada a temas históricos; el resto quedó en manos de los descubridores a la espera de análisis.

El enigma que había intrigado a varias generaciones quedaba resuelto. Al parecer, alguien a finales del s. XIX escogió Abittaga como depósito de armas. Las características de la cueva son muy adecuadas para ese objeto: su entrada está en un lugar oculto, pero accesible desde el antiguo Camino Real que pasaba desde Gizaburuaga a Lekeitio; es una cueva relativamente seca; tiene cerca un puerto de mar... La configuración de la cueva, además, ayudaba a preparar un escondrijo único: tras entrar por la boca hay que descender una resbaladiza rampa de 20 metros, llegando al fondo de una amplia galería de gran altura. Este pasadizo principal, por donde va normalmente el visitante, cuenta con un pasillo lateral paralelo que conecta con él en varios puntos. Este estrecho pasillo tiene una zona elevada mucho más amplia, en forma de conducto circular, con repisas o balcones espaciosos que lo recorren por alto. Sin embargo, una vez arriba no es posible avanzar por encontrarse la repisa cortada por profundas hendiduras. Evidentemente, alguien había escogido uno de esos segmentos de balcón para disponerlo como escondrijo, precisamente en un punto que no resulta visible desde ningún otro lugar de la galería y desde donde se puede vigilar la entrada de la cueva.

Para conseguir alcanzar este lugar, los dueños de las armas tuvieron que escalar la pared del pasillo, de 7 metros de altura, cosa que no reviste complicación con las técnicas de hoy en día, pero difícil y peligroso en aquella época. Por los restos de madera hallados en la repisa, dedujimos que levantaron un andamiaje de vigas o una escalera para alcanzar el balcón. También debieron preparar en alguna medida el propio resalte, pues próximos a su borde encontramos un par de agujeros de barreno de 8 cms. de profundidad, tal vez para clavar estacas y unirlas con cuerda como seguro. Una cadena que todavía existe y que rodea una punta de roca en un extremo del balcón pudo haber servido para levantar pesos con ayuda de una polea.

Según se desprendía de los restos prácticamente deshechos de tejido de esparto y de hierbas que cubrían el suelo del balcón, los fusiles y las bayonetas se introdujeron en sacos de heno para intentar protegerlos de la humedad. Tras amontonarlos en la repisa, es de suponer que desharían el andamiaje dejando algún sistema para colocar una escala en el momento que precisaran; momento que, evidentemente, nunca llegó.

Argazkiak.org | Abittaga 1997 © cc-by-sa: ades

Al permanecer los sacos apilados y olvidados en el balcón durante muchos años, esparto, hierba y culatas de madera fueron pudriéndose y, paulatinamente, algunos sacos con sus correspondientes piezas deshechas comenzaron a resbalar y precipitarse por el borde del balcón. Algunos se detuvieron justo al pie de la pared, en el suelo del pasillo, pero la mayoría rodaban hasta la hondonada de bloques de la galería principal, donde eran encontrados.

El análisis del material evidenció que se trataba de fusiles franceses tipo Gras, modelo 1874, fabricado hasta 1885 en diversas factorías estatales y privadas. En algunas bayonetas se podía leer la inscripción grabada que señala el lugar de fabricación y el año. Todas coincidían en el lugar, Usine de Steyr (fábrica de Steyr), y tres de las halladas en el resalte llevaban la fecha de 1878 mientras que en la encontrada por Roberto Garai años antes figuraba 1877. Steyr es una localidad austríaca, con una importante industria metalúrgica, una de cuyas actividades ha sido desde muy antiguo la fabricación de armas. A finales del siglo XIX el gobierno francés encargó a su factoría la producción de una gran cantidad de fusiles, que aparte de destinarse al ejército francés fueron vendidos a diversos países.

El misterio parecía quedar aclarado, pero sólo parcialmente. Ahora sabíamos de dónde caían las piezas encontradas durante tantos años, y el contexto nos permitía relacionarlas con las guerras que asolaron el país en el S. XIX. Pero faltaba saber quiénes prepararon aquel escondrijo, y lo más importante: si la fecha de fabricación de algunos fusiles era posterior a la finalización de las guerras carlistas ¿qué objeto tenía aquel depósito a todas luces clandestino?

Conformes en cualquier caso por lo averiguado, dimos cuenta de nuestro feliz hallazgo a la comunidad espeleológica vasca, sin imaginar el sorprendente desenlace que se avecinaba.


2. Bittor Arropain, un personaje de leyenda

Argazkiak.org | Victor Arroita © cc-by-sa: ades

Como en todos los hogares de aquellos tiempos, en casa de Andrés Urrutia la palabra era protagonista. Las viejas historias familiares, en el linde de lo real y la leyenda, eran transmitidas de padres a hijos y para Andrés y los demás niños no había duda de la veracidad absoluta de las palabras de su abuela. Así conocieron la historia de Román Arroita, su bisabuelo, y la de su hermano Víctor.

A pesar de ser de diferentes ideas políticas, Román (liberal) y Víctor (carlista) compartían muchas opiniones y afinidades, tanto es así que hasta las esposas que tomaron eran hermanas, de apellido Eiguren, madres de una numerosa progenie que compartiría igualmente apellidos y lazos fraternales. Según se contaba en la familia, Víctor Arroita era un anciano alto, fuerte, de blancas barbas y planta aristocrática a lo que contribuían sus sus merecimientos de guerra[2].

Aquel niño creció, y con el tiempo Andrés se convirtió en notario, y hasta en presidente de Euskaltzaindia. Entre lo aprendido en casa y los datos aportados por el investigador lekeitiarra Rufo Atxurra, recopiló muchos retazos de la historia de su legendario tío-bisabuelo, redactando incluso una narración en torno a su figura[3]. Y es que, como enseguida veremos, la vida de este hombre fue digna de un guión cinematográfico.

Víctor Arroita formaba parte del ejército carlista que sitió Bilbao en 1874. En uno de los lances de la batalla, salvó a un grupo de prisioneros del bando contrario de ser linchados por la tropa; entre ellos estaba el alférez Francisco Amayas, quien alabó su caballerosidad, deseando poder agradecerle ese gesto algún día. Amayas tenía 18 años, Arroita 19. Los prisioneros fueron llevados a la retaguardia, y algunos de ellos –entre ellos el alférez- fueron canjeados un año después.

Tras finalizar la guerra en 1876, Víctor Arroita dejó su pueblo natal de Abadiano para marchar con su familia a Ispaster. En su casa del barrio de Arropain, a 100 metros de Lekeitio, llevaba una vida normal... aparentemente. En secreto, mantenía sus atribuciones militares liderando, ahora como teniente, una partida carlista. En torno a 1895-1900, este grupo comenzó a prepararse para el nuevo alzamiento militar que se tramaba, reuniendo armamento y guardándolo en un lugar secreto. Según palabras del propio Arroita, llegaron a contar con “cientos de fusiles” en una cavidad de los alrededores.

Argazkiak.org | Kokapena © cc-by-sa: ades

Periódicamente, Víctor Arroita se acercaba a revisar el arsenal y engrasar las armas para su mantenimiento. En una de estas ocasiones sufrió un accidente, resbalando de una cornisa y cayendo al suelo desde gran altura. Percatado de su tardanza un compañero que conocía el escondrijo, intuyendo algún percance, fue a buscarle a la caverna: efectivamente, le encontró en la oscuridad malherido y sin poder salir. A duras penas consiguió sacarlo de allí y llevarle a casa, no sin llamar la atención de algún vecino que debió dar parte de sus sospechosas maniobras a las autoridades. Eso se deduce del hecho de que poco después, la Guardia Civil entrara en la cueva de Abittaga de Amoroto, incautándose de un importante arsenal que se guardaba en la misma.

Después de este accidente espeleológico –que le dejó cojo de por vida- ni el teniente ni ninguno de sus subordinados volvió jamás a la cueva de Abittaga, creyendo sin duda que nada había escapado al registro de los guardias. Desde luego, convaleciente de sus lesiones, Víctor Arroita tenía cosas más importantes por las que preocuparse: marcado ya como peligroso carlista y responsable de sedición, contaba las horas que quedaban para su detención, condena y fusilamiento.

No obstante, pasaron los días, las semanas y los meses y nada ocurrió. Intrigado por esta circunstancia, comenzó a hacer discretas averiguaciones y no pasó mucho tiempo antes de que supiera que Francisco Amayas, aquel joven alférez a quien perdonó la vida en la guerra, había proseguido una larga carrera militar hasta llegar a ser nada menos que... Director General de la Guardia Civil. Y sin duda, no había olvidado la deuda contraída treinta y siete años antes.

Años más tarde Amayas, que desempeñaba su cargo en Bilbao, realizaría una visita con otros altos cargos a Lekeitio. No fueron pocos los sorprendidos al ver cómo el viejo carlista se fundía en un efusivo abrazo con el militar.


3. El cierre del círculo: dos investigaciones que confluyen

Argazkiak.org | Abittaga 1997 © cc-by-sa: ades

Cuando el ADES encontró los restos de aquellos doce fusiles en 1997, no conocíamos la historia de Víctor Arroita. Nunca hubiéramos imaginado que encontraríamos la respuesta a aquel enigma. Un cúmulo de afortunadas coincidencias nos hicieron encontrar a la persona adecuada: entre los espeleólogos que supieron de nuestro hallazgo se encontraba Diego Dulanto quien, médico de profesión, contó la historia a sus compañeros del Hospital de Basurto. Entre ellos se hallaba Agustín Arroita quien, sorprendido, declaró que un antepasado suyo, cabecilla de una partida carlista, había usado una cueva de la zona como escondrijo. Nos puso en contacto asimismo con su pariente Andrés Urrutia, que era quien más información tenía sobre el tema.

El notario y presidente de Euskaltzaindia nos aportó la historia de su legendario tío-bisabuelo; nuestro compañero Santi Urrutia le proveyó de los datos técnicos del hallazgo. Las piezas del puzzle comenzaron a encajar, y aquella historia familiar, medio mito medio realidad, fue perfilándose de forma insólita.

Aquellos doce fusiles, olvidados en una alta cornisa durante un siglo, fueron el desencadenante para experimentar una emocionante y poco acostumbrada sensación: la de corroborar con pruebas materiales una antigua leyenda, transmitida como una llama perpetua de generación en generación.

ADES Espeleologia Taldea

Este artículo ha sido adaptado por Oier Gorosabel (miembro del ADES) sobre textos de Santi Urrutia (miembro del ADES y profesor de la UPV) y Andrés Urrutia (presidente de Euskaltzaindia y notario). Mostramos nuestro agradecimiento tanto a ellos como al arqueólogo Juan Carlos López Quintana, asesor del ADES en temas arqueológicos y director de la revista “Illunzar" donde fueron publicados inicialmente[4].

Anexo I

Hodie mihi, cras tibi

Andres Urrutia[5]

Euskaltzaindiako Presidentea eta Notarioa

Argazkiak.org | Karlistak 01 © cc-by-sa: ades

Inor inon eredugarri izan bada, gerraurreko Lekeition Bittor Arroita halakoa zala esan geinke. Lekeitioko Eskolapean ikusten genduan egunero, goiz zein arratsalde lehenean, haren irudia. Iluntzean, ostera, eleizak hartzen eban Bittorren arreta. Zaharsaritua bai; ezindua, ostera, egundo bere ez.

Txapel baltz, ule kizkur baizen zuri, bizar bete, eskuak fin eta berna luzeak ekarten euskuezan guri, sasoi haretako lekeitiar umekondoei, bizitzak makina bat bider astinduriko gizaseme oso baten ezaugarriak.

Sarri ibili gara geu be, adinean aurreratu eta gero, Bittor eta lagunak osotzen eben gizaldra haren autu-mautuak asmatu nahian. Karlista eta liberalen kontuak izango ziran, ziur asko, orduko hareek. Huts egiten genduala? Dagigun. Baina tartean edo, Bittorrek Daniel adiskideari hamaikatxo aldiz esandako ipuinetan izan gara gu entzule, euren jarlekuetatik hur-hurrean, ezer ulertu ez arren, gure jakingura asetu nahian.

Aldi nahasiak ziran, edozein modutan be, orduko hareek. Gerra genduan gure gainean. Egia esan, gazteenak be zeozer somatzen genduan. Soldadu, gudarien abarrotsak, kamioien joan-etorriak, kanoiak, albisteak... horreek ekarri eben hasiera. Gero gogortada astunak, Ondarroatik etorritako igeslariak eta erbestetuak. Azkenean be, itxoitaldi luzea, gerrako garra gogorreneko bizigiroa eta, okerragoa zana, etsaien arteko erioaren txopinkadak. Bateko eta besteko hildakoak, tantaz tanta, izen-abizen hareen zerrendak sekula be amaierarik izango ez baleu legez.

Negua joan eta udabarria baetorren. Zurrumurruak, inondik be, gero eta indartsuagoak. Laster izango zala erasoaldia, Elgetatik etorriko zirala, Markinako aldean erreketeak itzel ibili zirala oraintsu... kostaldean, ostera, lasaitasuna zan nagusi.

Bittor ohartuta egoan aldakuntzaren egunaz. Egun bi ziran alaba eta suina agurtu behar izan zituala, hareek Bilborako bidea hartuta. Ailaginakoak eginda egozan biok, bera eta Petra emaztea, alaba bakarrak etxetik alde egin ez egian. Semeak aspalditik joanak ziran. Gerrako lubakietan ebilzan ordutik, urtebete laster etorriko zala. Alabagazko hareek, edozelan be, alperreko suertatu ziran. Suina batzuen aldeko izan eta besteak, zalantza barik, ez eutsen halakorik parkatuko.

Domeka. 1937. urteko apirilaren hogeita bosta. Goizero legez, Arroita etxeko ganbarara abiatu da, eskilaragune estu batetik. Goian, teilatupean, seme abadearen teologia liburu zaharren azpian, egurrezko kutxatxo batetik atara dau irratia. Argia biztu eta Burgosko irratiaren albiste emotea entzun dau.

Irratiaren nonzebarria amaitu baino arinago, itzali eta jezarrita jarraitu dau. Petrari ez deutso ezer be esango. Erabagia hartzeko tenorean dago. Halantxe egin dau.

Etxeko gelara orduko, emazteari galdetu deutso:

—Ba al zatoz mezatara?

—Ez egon nire zain, gerotxuago joango naz eta!

Bittorrek etxetik alde egin dau, goizeko hamarrak hurretxoan, domekero legez, meza nagusia entzuteko asmoz. Bidean Daniel adiskidea batu jako ta biak batera doaz, Bekokalean zehar, eleiza nagusirantz.

Mezatatik urten eta Bittor eta Daniel alamedatik datoz. Abadeen moila dabe euron heldu beharra. Daniel itsastarrak, lantzean behin, Bittor lehorrekoari ziztaka:

—Gutarrak badatoz, ezta?

—Baiezkoan nago, baina ez dakit zelan edo nondik. Goizean irratia entzun dot. Alperrik. Ez dau ezer be argitu.

—Ba, nire ustez, gaur edo bihar izan behar dau horrek- esan deutso Danielek.

—Zergatik dinozu hori?

—Neuk pentsa. Besteen aldeko gehienak iges, portuko txalupa nagusiak Bilbora. Seinale txarrak dira horreek...

—Edozelan be, bezperetara joango gara, ezta?

—Bai gizona, betiko moduan.

Adiskideak alkarri egin deutsie agur, bazkalondoan barriro batuko diralakoan. Petrak bazkari arina atondu dau.

—Danielegaz geratuta al zagoz arratsalderako?

—Bai, Eskolapean batuko gara, hantxe barriketan egon eta gero eleizara.

—Hobe ez joatea, besteak ei datoz eta...

—Ez dot uste. Goizegi deritxat ondino.

—Zertan ibiliko dira gureak? Ezer jakin al dozu?

—Gauza handirik ez. Badakizu atzo Baskongadetako autobusaren txoferrak esan eustana. Bilboko lengusuen etxean ei dagoz.

—Jesus, eta deitu bere ez?

—Ez eben eukiko astirik. Atzoko kontua da hori.

Bittor eta Petra isildu egin dira une batez. Biok dakie Bilboko barriak ezin dauala kendu barruan daroen ezinegona. Etxea hutsik, bertan zaharrak baino ez dagozala.

Urtekeran, Bittor Arroitak patrikaran sartu dau halako txapel gorria, bertan josita dagozala azken karlistadan eskuraturiko bi izartxo. Armada karlistaren teniente maila da horreetan erakusgarri.

Eskolapera zuzendu dira haren pausoak. Daniel Txopitea adiskidea aurretiaz etorri jako, euren betiko jarlekuetan dago jezarrita. Inor be ez dago plaza osoan. Petra emaztea, leihoaren gortinatxoetan burua ezkutatuta, zahar biei begira dago. Kezkati emoten dau.

—Betiko kontu jakinetan ibiliko dira horreek biak- pentsatu dau bere kautan, senarra eta biok etxeazpiko solairuan daukiezan apopilo geletarako izarak tolesten dituan bitartean.

Jardunean dabilz Daniel eta Bittor. Lehenengoak besteari dirautso:

—Bittor, Bittor, esaistazu, zelako latina zan ha, liberalak erakutsi eutsuena?

—Ez zan harek erakutsia, neuk irakurria baino- erantzun dau harro-harro Bittor Arroitak.

—Dana dala, esaistazu areagotu dau Danielek.

Hodie mihi, cras tibi.

Danielek, beste behin be, harridura aurpegia jarri deutso adiskideari. Gertaturikoa hamaikatxo bider kontatu arren, beti dau Danielek kontu horretan zerbait barri, ezezaguna, bere harridura behin eta barriro biztu eta sortzen dauana.

Artean, olgetan dabilzan umekondo batzuk batu jakez zahar bioi eta Danielek, gonbite egin nahian edo, etorteko esan deutse:

—Etorri, etorri, Bittorrek aspalditik gertatu jakona ostera be kontatu behar deusku eta.

Zaharrak eleari ekin deutso:

“Azken karlistadaren garaian gertatu zan, 1877. urtean, hain zuzen be, oraintxe kontatuko deutsuedan pasadizua. Karlistok, gure lege zahar eta erlijinoari eusteko erregeren alde urten genduan soldadu eta Euskal Herri osoan zabaldu zan gure indarra. Bizkaia, Araba, Gipuzkoa eta Nafarroa gutarrak ziran. Bageunkan, ostera, aurreko istiluetan ibili ginaneko arantzatxoa, hau da, Bilbo hartu ez izana. Horrexegaitik batu genduzan batzekoak eta hara joan ginan. Bilbo inguratu, Begoñatik sartu eta Mallona jadetsi genduan, hango kanposantuan sekulako burruka euki genduala liberalekin.

Halako baten, Begoña inguruan genbilzala, Delmas izeneko etxe baten ondoan, konturatu ginan gure lerroen atzetik tiro egin euskuela. Etxe bakartu haretan bazan liberal aldratxo bat, bala-bala gure aurka ziharduana.

Komandanteak agindua emon ahala, nire pelotoia bertara joan eta hiru ordu eurokin deman ibili ostean, hildako ugari batera eta bestera suertatuta, bakea eskatu eta amore emon eben. Etsi eta gero, etxetik banan-banan urteteko esan geuntsen. Halantxe egin, eta laster ohartu ginan hiru soldadu besterik ez zirala etxe haretan bizirik egozanak.

Hiru soldaduon atzetik, horra hor gure ezusteko galanta behin behineko teniente gaztetxo batek, aurpegi zurbil, bibote eta guzti, hiru hareen segidako urteten ebala ikusi genduanean. Atxilo egin eta gure erregimentuaren presondegian gorde genduan.

Hiltea seguru eban teniente hasibarri harek. Gaua bitartean, komandanteak halan erabagi eta agindua beteteko niri deitu eustan:

—Arroita, teniente gaztetxo hori afusilatu behar dozu- agindu eustan komandanteak.

—Zure aginduetara.

Egunsenti aldera, biok urrundu ginan erregimentuaren egoitzatik. Begoña gainean dagoan monja komentuan sartu eta hutsik egoala ikustean, bertako hilerrira abiatu ginan, bera, hil behar ebalako uste osoan eta ni, aldiz, askatu behar nebalako pentsamentu betean.

Hobitegiaren sarreran goiburu laburra egoan idatzita, sarritan ikusi doguzan horreetarikoa: Hodie mihi, cras tibi (gaur niretzat, bihar zuretzat).

Teniente liberala tente egoan, erioaren zain. Nik, ostera, berorrengana urreratu, eskuko sokak askatu eta joateko agindu neutsan:

—Eskerrik asko. Bizia zor deutsut. Inoiz arazorik edo badozu, nigaitik galdetu. Francisco Amayas nozu. Nahikoa izango dozu hodie mihi, cras tibi esan edo idaztea.

—Joan, joan zaitez arin, inor etorri baino lehen- ihardetsi neutsan nik, karlista batek liberal bati sekula be ezer zor ezin izango baleutso legez.

Halan joan zan gudaldia. Galdu egin genduan gerra. Etxeratu, ezkondu eta Lekeitiora etorri nintzan bizitera. Ezin, inondik bere, karlisten zirrarak baztertu, eta ekin eta ekin ibili nintzan hurrengo karlistadarako iskiluak batzen eta atontzen.

Urteak garrenean, Abittagako koban neukazan nik neureak ondo gordeta, karlistak hurrengo ahalegina noiz egingo zain.

Astero-astero joaten nintzan ni hara, fusilak eta pistolak garbitu eta jagotera. Urteetan ibili nintzan ni halako joan-etorrietan, herriko beste lagun batzuekin batera, ezkuturik ezkutuenean.

Behin, halanda guztiz be, gertatu behar zana gertatu zan. Laprastada ederra egin kobazulo haretako labagune baten eta hanka hausi. Ezin aurrera eta ezin atzera. Minaren minaz, nire alarauak ilun haren betegarri ziran.

Ordu batzuk geroago, nigaz batera isilpekoan egozan batzuk agertu jatazan gertaturikoa bideratzera. Egoera baldarrean ikusita, gurdi batean sartu eta lasto artean ekarri ninduen etxera, inork be ohartu barik.

Etxean, ostera be, arazoak. Apopilo etxean laster nabaritu eben nire hutsunea, baita nigaitik galdezka hasi be. Era berean, herriko guzurtegietan zertxobait baegoan entzun beharrekoena, horixe zan nire izena. Hala-beharrean nengoan, nire eguneroko zereginak ezin beteta.

Laster etorri jatazan goardia zibilak.

Armak be, beste batek edo esanda, agiriko izan ziran berehalakoan: galduta nengoan. Ezin etxetik atara neure burua. Ezinduta neukan hanka eta ate ondoan orduero ibilten zan goardia zibil bikotea be, ez edozelangoa.

Egunak joan, egunak etorri, gero eta galduago ikusten neban neure burua. Ez nekian nora jo. Emaztea eta umeak ezinean ikusten eben nire ingurukoa, goardia zibilak gora, paper baltzak behera. Bizkaiko gobernadore zibilak be eskua eukan sartuta nire arazoan eta zigor gogorrak etorriko ziralakoa danon ahotan ebilen. Estu eta larri ni, atezuan eta urduri, lorik be askotan ezin eginda. Onik onenean be, laster neban kartzelaldi luzea nire gainean. Behingo larria, benetan, ordukoa!

Aurrekoa ikusita, erabagia hartu neban, karlista batek liberal bati sekula be eskatuko ez eutsana eskatzekoa. Halan, seme nagusiari isilmandatu emon eta harek posta etxean ipini eutsan telegrama Amayas jaunari:

—Francisco Amayas. Madrid. Hodie mihi, cras tibi.

Hiru-lau egun joanak ziran harrezkero. Erantzunik ez. Lurrak iruntsi izan baleu legez, teniente liberalak inondik be ez eban bere burua erakusten.

Bosgarren egunean, goizeko hamaikak aldera, automobil baten zaratotsak entzun ziran Bekokaleko harlauzetan. Gure etxe alboan gelditu eta gizon gorbatadun batek urten eban. Ateko goardia zibil zaindariak aginduetara jarri jakozan, txalupa-masta baino zuzenago.

Gizon ha gurera etorri eta nigaitik galdetu eban. Nire logelara sartu zanean, berehala konturatu nintzan aginpide handiko gizona nebala:

—Don Bittor, egunon!

—Egunon dagizula zuri be!

—Bizkaiko gobernadore zibilaren idazkaria naz. Don Francisco Amaya goardia zibilaren jeneralak agindu emon deusku, zu libre ixteko. Zure kontrako karguak ezabaturik geratu dira- esan eban uriko gizonak.

—Eskerrik asko!

—Beste zeozer be agindu dau Amayas jeneralak. Ondo-ondo ulertzen ez badot be, hauxe esateko zuri: hodie mihi, cras tibi!

—Jakina! —oihukatu neban nik, kaiolatik kanpo nengoala jakitean.

Eta halantxe etorri nintzan, beste behin be, gizon libre eta zamarik bagekoen mundura.”

Haria ez jako eten Bittor Arroitari. Umeak olgetan jarraitzen dabe, Bittorren berbategia entzun eta gero. Ordua aurrera doa. Arratsaldekoa ia-ia eginda dago, Bittor eta Daniel Eskolapeko jarlekuetatik zutundu eta elizara abiatu diranean.

Bien bitartean, zarata handiak datoz eleiza aldetik. Apurka-apurka eleiza albotik edo, Bittorrek somatu ditu, hirurogei urte lehenago ikusiak zituan txapel gorri modukoak, fusila eskuetan eta kristau irudia bularretan. Lekeition sartu dira erreketeak.

Bittor Arroitak patrikaran daroan txapel gorria atara beharrean, gordeago dauka berori, egundo be beste inori ez deutsalako erakutsiko. Berea dau eta erabagia goizetik dauka hartuta. Hodie mihi cras tibi.


ANEXO II

Texto publicado en el nº12 de la revista Fotos (de

Falange Española Tradicionalista) del 15 de Mayo de 1937[6]

Argazkiak.org | Lekeitioko karlistak 1937 © cc-by-sa: ades

A los 85 años estaba en visperas

Yo sabía que en Lequeitio existían los carlistas más viejos de España. Los tenía anotados hace tiempo en mi carnet para hacerles una información. Cada año que pasaba me los iba dejando más en sazón, más viejecitos.

Y ahora, cuando los rojos estaban en Lequeitio, me acordaba yo con angustia de mis viejos carlistas. ¿Me los habrán matado esos bárbaros?.

No, no me los han matado. Al llegar a Lequeitio he buscado a Víctor Arroita y le he encontrado en Vísperas, ¡Tiene ochenta y cinco años y estaba en Vísperas¡. ¿En Vísperas de qué?. Otras personas, a los ochenta y cinco años solo están en Vísperas de morirse. Es lo contrario de lo que le ocurre a este viejo carlista de Lequeitio. Toda la vida de Víctor Arroita no ha sido más que la víspera de estos días de plenitud, que está viviendo ahora. Porque Dios le ha dejado llegar a ellos y ver esta primavera de boinas rojas, estaba hoy alabándole con los salmos de las Vísperas.

- ¿Estuvo usted siempre seguro de que llegaría este triunfo?

- Cada día estaba más convencido, sobre todo desde que he visto a los otros de cerca. Esa gente no puede ir a ninguna parte. España dejaría de ser España, para que ellos fueran los amos.

- ¿Qué guerra le parece a usted más dura, ¿ésta o la que ustedes hacían?

- Los medios de combate que hay ahora son terribles. El estar una hora tendido en el suelo aguantando la metralla de los aeroplanos, tiene que ser peor que estar en el infierno. ¡Y esa vida de las trincheras inmóviles los soldados días enteros, con el agua, hasta las rodillas ¡. Eso es terrible. A mí la guerra así no me gusta. La nuestra era más bonita.

- ¿En qué combates intervino usted?

- ¡En tantos intervine! Yo estuve en el sitio de Bilbao, el año mil ochocientas setenta y tres.

Cuando la guerra termine seremos siempre amigos

En la parroquia han terminado las vísperas.

- Mire Usted -me dice Arroita- aquel señor que sale de la Iglesia con los dos curas estuvo también en la guerra carlista. Si quiere usted le llamo.

- Con mucho gusto le saludaré.

Arroita me ha presentado a don José Félix Eguileor. Este viejecillo pulcro, enfundado en un gabán negro, tiene ochenta y seis años y fue en la guerra carlista del 73 al 76, abanderado del batallón Marquina, el tercero de los de Vizcaya. También estuvo en el sitio de Bilbao, pero tiene ya las fechas y los sucesos un poco revueltos en la cabeza.

Tratando de ponerlos un poco en orden de estado mientras Arroita ha ido hasta casa para traer las cruces y medallas,.. que conserva orgullosamente ganadas en otras tantas acciones de guerra. Cuando regresa, hacemos a los dos viejos luchadores unas fotografías entre los pequeños flechas y requetés que les oyes embobados, contar sus hazañas.

Los dos conservan muy bien la vista y la agilidad de las piernas, especialmente Arroita, a pesar de que es cojo y tiene que andar apoyándose en un bastón.

-¿Esa cojera es de una herida de la campaña, don Víctor?

- De la campaña precisamente no; pero algo tiene que ver con ella- y Arroita nos cuenta un episodio que por la fruición con que la recuerda, bien se ve que ha sido culminante en su vida.

- Yo -dice- fui uno de los que tomaron la casa Delmás en el campo Volantín. Fui yo mismo el que la puse fuego. Este episodio del sitio de Bilbao ya casi nadie lo recuerda, pero tuvo entonces mucha resonancia.

- En Churdínaga, cuando ya se había levantado el sitio, tomé con mis hombres otra casa. Yo era sargento. Dentro de la casa hicimos prisioneros a veinticinco soldados del regimiento de Valencia, con un alférez graduado de teniente. Para cogerlos tuvimos que hacer un agujero en la pared, y por allí, los fuimos sacando uno a uno. Entre ellos había dos voluntarios vascos. Cuando estábamos sacando a los que faltaban, los dos voluntarios, en un descuido nuestro, hicieron fuego sobre nosotros y por poco nos matan. Mis soldados querían fusilarlos a todos allí mismo. No hubiéramos tenido ninguna responsabilidad, puesto que nos habían agredido, pero yo me opuse, porque no todos tenían la culpa. Entonces el alférez se adelantó y me estrechó la mano.

- Eres un caballero -me dijo-. Quisiera poder agradecerte algún día con un gran favor este rasgo generoso. Me llamo Francisco Amayas Díaz, y pertenezco a una familia muy bien relacionada en Madrid. No te olvides de mi nombre y búscame si alguna vez me necesitas.

- Don Francisco -continua Arroita- era un muchacho de mi misma edad. El tenía 18 años y yo, 19. Se veía luego que era de mucha nobleza aunque no tuviera una complexión tan fuerte como la mía.

- Aunque ahora estamos en campos distintos -acabó diciéndome- yo quisiera que cuando termine la guerra fuéramos siempre amigos.

¡Corta cuarenta palos bien recios!

Arroita continúa su historia:

- Llevamos a los prisioneros a Galdácano, donde tenía su cuartel el marqués de Valdespina. A los dos voluntarios les condenaron a morir en la plaza de Amorebieta. Yo mismo fui el encargado de llevarlos; Cuando llegamos al pueblo, el capitán Villachica me dijo bien alto, para que lo oyeran las prisioneros.

- Arroita, corta cuarenta palos bien recios y avisa el alcalde que mañana se ejecutará a los reos.

- ¿Los van a matar a palos? -pregunté.

- Esa es la sentencia.

Yo no dije nada, pero me pareció algo fuerte. A la mañana siguiente estaba ya todo el pueblo en la plaza para presenciar la ejecución, cuando llegó un ordenanza del general, con un pliego mandando suspenderla. Todo había sido una simulación y los reos quedaron indultados. A los otros prisioneros supe que los habían llevado a Peñaplata, en los confines de Guipúzcoa y Navarra. Los tuvieron allí un año y sirvieron luego para el primer canje de prisioneros que hubo en la guerra. Tuvo lugar en el alto de Banderas, cerca de Bilbao. Entre los canjeados estaba el alférez don Francisco Amayas.

No queria morirme sin volverte a dar un abrazo

- Cuando terminó la guerra -dice Arroita- yo me casé y me fui a vivir a Abadiano. Pasaron muchos años sin saber nada del alférez. Un día me dijeron que había entrado en la Guardia Civil y que era Capitán en Bilbao. También supe luego que varias veces había preguntado por mí a viejos conocidos. Como ninguno pudo darle noticias mías, pensaba que habría muerto en la guerra.

Pasó después mucho tiempo. Treinta y siete años habían transcurrido desde el día aquel cuando cogí prisionero en Churdínaga al alférez Amayas. El había hecho buena carrera. Era ya en Madrid jefe de la Guardia Civil de toda España.

- ¿Director general?

- Eso debía de ser.

- Yo seguía siendo carlista, como siempre, sin perder las esperanzas. Se hablaba por aquellos días de otro levantamiento y yo fui a engrasar mis fusiles. Tenía varios centenares de ellos escondidos en una grieta muy profunda del monte, adonde nadie bajaría por capricho. Yo bajaba y subía ya fácilmente. Pero aquel día lo hice con tan mala suerte, que rodé hasta el fondo. Allí me hubiera quedado por toda la eternidad, si uno de los amigos del mismo pueblo, que conmigo estaba en secreto, no se hubiese alarmado al ver que tardaba tanto en volver. Fue allá y me trajo a casa medio muerto. Varios días estuve entre la muerte y la vida. Hicimos correr la voz de que me había caído de un árbol trabajando en la huerta; pero fueron pocos los que lo creyeron. No faltó alguien que viera cómo mi amigo me bajaba del monte. Se encontraron las armas. Me iban a fusilar, seguramente ...

Pero pasaron días y más días y nadie me molestaba. Salí ya curado a la calle, cojeando un poco, y pude ver que ya apenas se hablaba del suceso. Noté también en los periódicos atrasados que pude leer, que en lo que de él se había hablado ni siquiera una vez se había escrito mi nombre. No podía yo explicarme aquel misterio. Estaba ya tan lejano de aquello de Churdínaga, que me costó mucho caer en la cuenta de que el director general de la Guardia Civil era ahora aquel joven alférez ...

Poco tiempo después vino don Francisco Amayas a Lequeitio, en un viaje oficial, con toda su plana mayor. Se hospedó en la fonda de Beitia, que estaba en aquel bar que hay allí enfrente, cerca del puerto. En cuanto supe que había llegado fui a saludarle y a darle las gracias. Había salido y en la calle me lo encontré luego, ahí junto a la iglesia. Me adelanté hacia él con la boina en la mano.

- Supongo que eres Víctor Arroita aunque no te he vuelto a ver desde aquel día – me dijo al verme llegar-.

- Si, señor; soy Arroita y vengo a darle las gracias;

- No me trates de usted ni me des las gracias de nada. Somos viejos amigos y no hubiera querido morir sin volver a darte un abrazo.

Y el público que presenciaba la escena se quedó haciendo cruces al ver cómo el director general de la Guardia Civil abrazaba cordialísimamente a aquel peligroso carlista al que pocos días antes iban a fusilar.


[1] Ante la importancia de los hallazgos realizados, y dado el poco civismo mostrado por algunos visitantes (pintadas, destrozos, basura) solicitamos permiso al Ayuntamiento de Amoroto para cerrar la cueva. Actualmente, cuenta con una reja especial de cuya llave hay dos copias: una en el Ayuntamiento y otra en el ADES, y que están a disposición de quien la solicite bajo la única condición de dejar apuntados sus datos personales.

[2] La boina de campaña del teniente Arroita se encuentra hoy en día expuesta en el Museo Etnográfico de Bilbao, donada por su hijo el cura Nicolás Arroita. Es curioso que este nombre, Nicolás Arroita, aparece escrito en una de las paredes de la cueva de Abittaga, junto con la fecha de 1900.

[3] Reproducido en el ANEXO I del presente trabajo.

[4] Asociación Cultural de Arqueología Agiri. Illunzar Nº5. Gernika-Lumo 2005. 99-114.

[5] Publicado por primera vez bajo seudónimo: Arego J. Hodie mihi, cras tibi. Berbondo. Labayru Ikastegia 2004. Y por segunda vez: Urrutia A. Hodie mihi, cras tibi. (2005) Illunzar Nº5. Gernika-Lumo 2005. 99-114.

[6] Jose Luis de la Torre nos ha facilitado la reproducción del texto y fotos de esta revista, que se encuentra en el archivo de Rufo Atxurra.

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