2010/01/15
MEMORIA 2009
2010/01/13
Grupos que se quedan sin gente
2008ko Abenduan 8xan, Gernika-Lumon hitzaldixa emotia egokittu jatan, Euskal Herriko XXVII Espeleologia Jardunaldixetan. Gero artikulo bat prestatzia eskatu zesten, aurtengo memorixan argitara emondakua; eta hau idatzi neban. Nahiz eta gaur egunian ez neukian barriro hala idatziko... egindakua eginda dago.
Intervención realizada el 8 de Diciembre de 2008
en las XXVII Jornadas de Espeleología Vascas (Gernika-Lumo)
Oier Gorosabel Larrañaga (ADES)
1. INTRODUCCIÓN
La carencia de nuevos espeleólogos es un tema que siempre acaba saliendo en las conversaciones subterráneas. En la húmeda espera de un pozo, en el momento del almuerzo... los compañeros del ADES han tenido que soportar repetidamente mis alegatos por una mayor presencia mediática. En una ocasión alguien me retó, medio en serio medio en broma, a que dictara una ponencia sobre el tema en las Jornadas que estábamos preparando. Probablemente pensaba que saldría escaldado de un auditorio compuesto en gran medida por espeleólogos veteranos, pero no contaba con que tengo ascendientes navarros: así que acepté el reto.
De esta forma, se me asignó un turno de palabra en las XXVII Jornadas de Espeleología Vascas que se celebraron en Diciembre del 2008 en Gernika. Dado que mi escasa experiencia subterránea no me capacita para dar conferencias a nadie, mi intervención consistió más bien en plantear un montón de preguntas. Soy aficionado a observar a las personas y tengo cierta experiencia de participación en diversos grupos, por lo que pensé que era posible sacar conclusiones útiles sobre nuestra forma de funcionar. La falta de relevo generacional es una sombra que planea sobre todos los grupos, pero que pocas veces se aborda de forma racional y queda relegada a comentarios marginales en los ratos que nos dejan libres las cosas importantes. Y es que no podemos obviar que cuando la edad media de los espeleólogos de un grupo sube de los 40 años, se acerca el momento en el que esas cosas importantes se van a tener que dejar de hacer.
He de decir que me sorprendió gratamente lo receptivo que se mostró el público a mi intervención y la animosidad con la que dio su opinion sobre las cuestiones planteadas. Fueron varios los presentes que tras el debate me comentaron su pertinencia, e incluso gente que no acudió a las jornadas se ha puesto en contacto conmigo posteriormente para interesarse por el tema. Es por eso que he considerado conveniente poner por escrito las ideas planteadas aquel día; y pese a que estos rudimentarios apuntes son a la Dinámica de Grupos lo que el “Muy Interesante” a la revista de arqueología “Agiri”, creo que podrán usarse al menos como punto de partida para un debate necesario.
Foto de familia de las XXVII Jornadas de Espeleología Vascas (Foto: ADES).
2. UNA ACTIVIDAD MINORITARIA
Es evidente que la espeleología es minoritaria. Sus características hacen que, de entrada, sea necesario mantener una condición física de alto nivel para practicarla. Por otra parte, son pocas las personas que se sienten atraídas por los lugares oscuros y menos aún las que toleran las estrecheces que tantas veces nos encontramos. Si a esto le sumamos un frecuente paso por lugares embarrados y una permanente exposición a la humedad –cuando no a los baños completos-, nos encontramos con que es una ínfima parte de la población la que podría sentirse atraída por nuestra actividad.
No es una mala situación, puesto que la fragilidad del mundo subterráneo es incompatible con un número alto de personas circulando por él. Es bueno, por tanto, que la espeleología sea una actividad minoritaria. Pero ¿debemos hacer una bandera de ello? ¿es deseable ser cada vez menos?
Argazkiak.org | Espeleólogo Errante © cc-by-sa: ades
Ilustración de Roberto Garai (El Reino Inclinado, 1984).
Sin lugar a dudas, la conservación ideal del karst pasa por la ausencia absoluta del ser humano en las cuevas. Pero debemos ser realistas: aunque los espeleólogos actuales decidiéramos retirarnos de repente para preservar el medio, no pasaría mucho tiempo antes de que alguien, con una linterna y una cuerda, decidiera aventurarse a entrar en este fascinante mundo y comenzar de nuevo. Por eso, sí interesa que siga habiendo espeleólogos y que la cadena de transmisión entre generaciones no se rompa.
Muchos grupos de espeleología, tras décadas de trabajo, han acumulado una gran cantidad de información sobre su zona de estudio. Cuando estos grupos desaparecen por falta de relevo, este trabajo de tantos años queda enterrado en archivos de difícil acceso a personas ajenas al grupo. Si tras unos años de inactividad surge alguien dispuesto a retomar la exploración en esa zona, probablemente tenga que empezar de cero. Una de las mayores satisfacciones de un investigador es el reconocimiento, difusión y continuación de su trabajo; así, deberíamos tratar de poner las condiciones para que el relevo se produzca de forma natural y evitar las soluciones de continuidad en la investigación. Esto pasa necesariamente por captar a esa pequeña parte de la población afín a la espeleología que existe en la sociedad.
3. PROBLEMAS PRINCIPALES A ABORDAR
Invisibilidad de los espeleólogos
Las particulares características de nuestra actividad hacen que seamos prácticamente invisibles para la sociedad. A los montañeros se les ve caminando por las carreteras, a los ajedrecistas jugando en los bares, a los futbolistas –¿dónde no se ve a los futbolistas?-. En cambio, nosotros nos cambiamos de ropa furtivamente para seguidamente meternos dentro de un agujero, desde donde no se nos ve salir hasta diez horas después. Por ello, a la vista del público no existimos.
Esto produce situaciones paradójicas. Para no seguir teorizando en abstracto, valga que me ponga a mí mismo como ejemplo: durante toda la vida he sido aficionado a meterme en los agujeros y explorar sitios oscuros; era algo normal para mí. Un buen día, leí en el periódico que un grupo de espeleología llamado ADES organizaba un cursillo. Había pasado 33 años viviendo entre Eibar y Lekeitio, sin saber de la existencia de los grupos de mi zona (al menos tres, según he sabido después). ¿Culpa mía? Puede ser, por no haber puesto el suficiente afán en investigar si tanto me tiraba la cosa; pero también puede ser debido al poco empeño de los espeleólogos en hacerse visibles. Si estamos de acuerdo en que de entrada son muy pocas las personas que pueden compartir nuestra afición en la sociedad, qué diremos si a esto se añade el desconocimiento de la propia existencia de la Espeleología.
Grupos impenetrables
Pongamos que hay una persona a la que le atraen las cuevas; está bien físicamente, dispuesto a mancharse, mojarse, pasar estrecheces y busca un grupo de espeleología concreto donde poder aprender. Le espera una tarea bien difícil: conseguir contactar con el grupo, y participar de sus actividades.
En efecto: quizás por influencia de los antiguos habitantes de las cavernas, los espeleólogos no destacan precisamente por su don de gentes. En muchas ocasiones un grupo de espeleología es una cuadrilla hermética; este carácter sectario se ve reforzado en la medida en que pasamos mucho tiempo juntos, viviendo experiencias muy intensas, que son difíciles de compartir no sólo con la gente que no conoce el mundo subterráneo, sino incluso con espeleólogos de otros grupos. De hecho, pocas cosas hay más aburridas que oir a varios compañeros relatar su particular odisea en una cavidad desconocida para el oyente, por mucha pasión que pongan en el relato; así que pongámonos en el lugar de un recién llegado que consigue acceder a nuestra excelsa compañía.
Recuerdo que en las Jornadas referidas, la mención de este punto provocó rumores en la sala y comentarios de personas que se sintieron identificadas con él. Sirva de muestra ilustrativa la anécdota de Javi Moreno, que refirió cómo cuando quiso iniciarse en la espeleología se puso en contacto con los compañeros del GAES; al parecer estaban ocupados en cosas más importantes y le mandaron a tomar viento fresco, por decirlo de forma suave. Tuvo que ser por otra vía que consiguió al fin meterse en este mundo. Esta anécdota que hoy en día provoca hilaridad debería hacernos reflexionar: no todos los potenciales espeleólogos son tan obstinados y, ante un grupo poco receptivo, lo más probable es que el aspirante desista de su empeño y se busque otra actividad en que sea mejor recibido.
Consideremos que de las personas que consiguen acceder al grupo, una gran parte lo abandona poco tiempo después; podríamos cifrar de forma optimista en un 3% el número de personas que finalmente decide quedarse. De esto se deduce que para conseguir tan sólo un nuevo fichaje, deberemos “aguantar” a unos treinta y tres novatos que se acabarán marchando.
Kobaburu (Ispaster), antiguamente al borde de un camino de arrieros y hoy perdida a los ojos del mundo (Foto: ADES).
4. EVOLUCIÓN DE UN GRUPO DE ESPELEOLOGÍA ESTÁNDAR
Las generalizaciones no son justas, pero estoy seguro que un gran porcentaje de los espeleólogos de hoy en día (se) reconocerán en una fase u otra de éstas que describimos.
4.1 Primera fase: un grupo de amigos lo inicia.
Normalmente, un grupo formal (de espeleología o cualquier otra actividad) se constituye por gente que previamente se conoce, y que decide profundizar en la actividad en cuestión, buscando los recursos necesarios para ello. Esta amistad previa marcará las etapas sucesivas: el grupo gana en cohesión, el aprendizaje en paralelo produce que todos los miembros tengan parecido nivel... No obstante, esto también puede resultar un inconveniente: las “cuadrillas” suelen ser reacias a aceptar nuevos miembros.
4.2 Segunda fase: años de ilusión e iniciativa.
Tras la toma de contacto con el medio y el aprendizaje, el grupo entra en su época dorada. Son años en los que tenemos todo por descubrir, somos jóvenes y fuertes, nos llevamos bien, no tenemos compromisos... La actividad es profusa y son años bonitos para recordar, a los que frecuentemente se hará referencia (“en mis tiempos...”) en posteriores fases.
Compañerismo en la caverna de Lezate, Diciembre de 2008 (Foto: ADES)
4.3 Tercera fase: enfados, escisiones.
Como bien sabemos los espeleólogos, la fricción erosiona la roca más sólida; así sucede también con las relaciones humanas. Podrán pasar más o menos años pero es inevitable que en el otrora bien avenido grupo acaben produciéndose roces, malentendidos y discrepancias. Una actitud constructiva puede resolver estas situaciones y desde luego ésto es lo deseable para mantener la actividad por su cauce.
A pesar de ello, puede ser imposible (o nosotros incapaces de) reconducir la situación, y que las rencillas produzcan una fractura del grupo. Individuos que se marchan, escisiones que dan lugar a otros grupos... suceden principalmente en esta fase.
4.4 Cuarta fase: jubilación masiva (del grupo de amigos original) y/o fase agónica.
Aquellos amigos que empezaron haciendo espeleología juntos tienen generalmente la misma edad. En un momento dado, su condición física comienza a decaer; a esto puede unirse una saturación o falta de motivación para seguir con la espeleología; el hecho de entrar bajo tierra todos los fines de semana comienza a percibirse como una tarea no apetecible; ni que decir tiene que el ambiente interno del grupo influye bastante (a estas alturas ya no es un grupo homogéneo en cuanto a nivel técnico ni edad)... pueden ser muchos los motivos que produzcan un enfriamiento en el ánimo del espeleólogo.
Teniendo en cuenta que la edad de los miembros originales suele ser parecida, haremos notar que habrá muchas posibilidades de que todos ellos lleguen simultáneamente a este estado. Si el núcleo motor del grupo lo componen espeleólogos veteranos, tendremos un grave problema a las puertas.
El carácter agónico de esta fase lo podríamos describir como un “quiero y no puedo”. Los veteranos espeleólogos no tienen motivación para seguir en el trabajo de campo, pero tampoco desean que el trabajo de veinte o treinta años quede olvidado bajo el polvo. Son los miembros más jóvenes –si los hay- quienes quedan con la responsabilidad de llevar la iniciativa, y esto suele ser complicado si hay gente imprescindible que no haya sabido delegar funciones.
En este punto suele ser incluso más difícil para una persona ajena al grupo contactar con él y participar de sus actividades.
4.5 Quinta y última fase: disolución y despiste de archivos.
En esta situación, la inercia del grupo lleva a su muerte clínica. Pese a que la disolución formal nunca llegue a producirse, sus miembros pierden los hábitos de trabajo: no se reúnen, no hacen salidas de campo, los archivos se “despistan” (tema este que mencionaremos aparte por su gravedad), los locales se pierden... La zona de exploración queda así abandonada, a la espera de que un buen día algún grupo de chavales decida adentrarse en él. Y pudiendo darse el caso de que tengan que empezar las exploraciones desde cero, sin poder acceder a la información que acumuló el antiguo grupo ni continuar sus trabajos.
5. JUSTIFICACIÓN DE UNA INTERVENCIÓN PARA EL RELEVO
Como queda dicho, la inercia puede llevar a nuestro grupo a pasar por las etapas antes descritas si no intervenimos para evitarlo. Y de hecho, el esfuerzo de esta intervención es mínimo en proporción a los beneficios que puede llegar a proporcionar.
Desde luego, conviene desterrar los puntos de partida derrotistas, que podríamos retratar en frases como:
- “Cuando yo me retire, se acabó el grupo”.
- “Cuantos menos seamos, mejor”.
No podemos negar que este fatalismo es muy romántico; pero no olvidemos que la adopción de líneas muertas como las representadas por estas frases entra en contradicción con lo que teóricamente decimos defender, es decir, la investigación y conservación del mundo subterráneo. A mi parecer esto está por encima de nuestro ánimo e intereses personales, por lo que propondría sustituir las anteriores máximas por esta otra:
- “Yo no tengo ganas de seguir, pero al menos les facilitaré la tarea a los que sí las tengan”.
Otra razón a favor de romper la inercia es que, independientemente de las modas que vienen y van, la proporción de potenciales espeleólogos permanece estable en la sociedad. La atracción por las cavernas ha sido y será siempre minoritaria, ya lo sabemos, pero siempre habrá una pequeña proporción de gente con deseos de conocer el mundo subterráneo (y que ni siquiera tiene por qué saber que existe una disciplina llamada Espeleología). El reto será pues, permanecer localizables y visibles para la población de forma que, cuando aparezca un espeleólogo potencial, sepa a dónde debe dirigirse.
5.1 Espeleosocorro
Los familiarizados con el auxilio en cavidades del País Vasco ya conocen las repercusiones negativas que esta tendencia a la extinción está teniendo en el espeleosocorro.
Grupos de espeleología fuertes (entre las fases 1ª y 3ª) conllevan un Euskal Espeleo Laguntza (EEL) de alta operatividad, compuesto por los mejores de cada grupo. Esto correspondería al panorama de los años 80, cuando nos podíamos permitir el lujo de admitir únicamente socorristas con dos años de experiencia espeleológica y formación completa en autosocorro.
Grupos de espeleología en decadencia (fase 4 en adelante), por el contrario, suponen un EEL con pocos jefes de grupo y multitud de socorristas bisoños, que aun así son admitidos por no haber más donde elegir. Las consecuencias indeseables que conlleva esta situación no escaparán al entendimiento de los socorristas veteranos, que a buen seguro serán los más interesados en que tantos años de capacitación no queden en agua de borrajas.
Ahora: tengamos en cuenta que la existencia del EEL no favorece sólamente a los espeleólogos. Efectivamente, las instituciones de Protección Civil son las más interesadas en que existan grupos de voluntarios. Lo contrario supondría tener que mantener operativo un grupo de élite, profesional, que pese a no intervenir casi nunca supondría un enorme gasto anual de material y personal. Sin duda, para la Administración es mucho más barato mantener un grupo como el EEL por elevadas que puedan parecer las subvenciones en concepto de material, formación, dietas, etcétera.
Si estamos de acuerdo en que un EEL de alta operatividad requiere de grupos fuertes, es evidente que impulsar el espeleosocorro pasa por potenciar la espeleología en general. He aquí una razón añadida para despabilar los clubs renqueantes y/o impulsar a los nuevos para que puedan desarrollar sus actividades de forma duradera y nutrir al socorro con sus mejores especímenes.
Curso de espeleosocorro 2009 en Gesaltza, Oñati (Foto: ADES).
6. COMPARACIÓN DE DIFERENTES SISTEMAS DE INTERVENCIÓN
Pasemos a esbozar a grandes rasgos diferentes sistemas que se han solido ensayar para captar nuevos espeleólogos. Por tratarse en general de intentonas informales, sin mucha organización ni continuidad posterior, el resultado más habitual ha sido el fracaso; no obstante, de los errores se puede aprender tanto o más que de los buenos ejemplos y por ello en mi intervención consideré útil describir unos cuantos estereotipos. Las formas fueron deliberadamente efectistas, porque el tema es ya suficientemente preocupante como para hacerlo además árido. Así, las risotadas fueron produciéndose alternativamente entre el público, según si era uno mismo u otro compañero el que se veía retratado. Además de para romper el hielo, esto sirvió para que los oyentes se animaran a hacer interesantes comentarios sobre los pros y contras de cada sistema.
6.1 Sistema de la Enfermera
Denominado así en referencia a una espeleóloga que lo sufrió en sus carnes, consiste en escoger una cavidad estrecha, húmeda y embarrada de la zona, que requiera además un importante esfuerzo físico; probaremos el temple del interesado transitando por la misma y observando sus reacciones.
- Ventajas: nos aseguramos de que el potencial espeleólogo cumpla con las exigencias necesarias de tolerancia al cansancio, sufrimiento, frío, calor, humedad, estrecheces... y de paso dejar bien claras nuestra hombría y magnífica condición física.
- Inconvenientes: lo más probable es que no vuelva.
Entrada de la cueva de Trakamall, en Amoroto (Foto: ADES).
Hay una variante del Sistema de la Enfermera, que podríamos denominar Sistema de la Marmita-Trampa (en referencia a un “gracioso” fenómeno óptico del sistema Urgitxi-Ezuneta). Consiste en llevar al aspirante de excursión a un lugar de la cueva donde haya un obstáculo inevitable para los no avisados, tal como una sima semioculta, un falso suelo, un lugar resbaladizo... de forma que se produzca una caída para regocijo del resto del equipo.
- Ventajas: es algo más divertida que el Sistema de la Enfermera (para los veteranos, claro está).
- Inconvenientes: puede producir lesiones que precisen evacuar al novato, con la consiguiente incomodidad. Y aunque no sea así, tampoco suelen volver.
6.2 Sistema Excursionista
Consiste en realizar salidas didácticas con grupos (escolares, grupos de montaña...) a cavidades no muy complicadas técnicamente pero suficientemente espectaculares.
- Ventajas: llegamos a un público amplio, dando opción de profundizar en la espeleología a quien así lo desee. Hay mucha demanda.
- Inconvenientes: actividad sin fin, que puede absorber todos nuestros recursos (acompañantes, tiempo). Al tratarse de público en general, el ratio de personas que vuelven es demasiado pequeño (<1/200).>
6.3 No sistema
Correspondería a dejar que la inercia haga su trabajo, siguiendo la evolución estándar descrita en el punto 4.
- Ventajas: estamos entre amigos. Nada nos descentra de la investigación.
- Inconvenientes: los amigos son cada vez menos y más viejos. El grupo muere.
6.4 “Sistema ADES”
Finalizando ya la broma de los diferentes sistemas, creo sinceramente que sí es posible intervenir de forma efectiva para controlar la natural tendencia a extinguirse de los grupos de espeleología. Al tratarse de un objetivo a años vista debe ser mínimamente planificado, pero a mi juicio la dedicación que esto conlleva es mínima en comparación con los beneficios que reporta, y si se hace de forma racional puede integrarse perfectamente en nuestra agenda sin que suponga ningún obstáculo para la exploración o trabajos rutinarios. Pasaremos a continuación a esquematizar el sistema que estamos ensayando.
Todos los objetivos secundarios irán supeditados a uno principal: conseguir detectar a (o ser detectados por) esos poquísimos ciudadanos a los cuales el mundo subterráneo les atrae. Objetivos secundarios:
- Divulgar nuestro trabajo: lo que no se conoce, no existe a los ojos de la sociedad.
- Dotar de prestigio a lo que hacemos.
- Conseguir presencia pública, para que quien nos busque nos pueda encontrar fácilmente.
Las herramientas para conseguir esto son diversas, y cada grupo deberá usar las que tenga a su alcance. En nuestro caso, los elementos que venimos ensayando son:
a) La exposición que montamos con motivo del 25 aniversario del ADES. Los 25 paneles con texto y fotos fueron expuestos rotativamente en los pueblos de la comarca, y en la exposición se incluía un cuaderno donde ofrecíamos a los interesados una visita guiada a una cueva de la zona.
b) El blog que pusimos en marcha paralelamente a la página web preexistente. Este recurso permite a cualquier miembro informar de la actividad del grupo de una manera más dinámica –texto y fotos semanales-, frente al carácter estático de la página web que requiere de conocimientos de programación para ser renovada.
c) El envío sistemático de notas de prensa a los medios escritos y audiovisuales de nuestra zona, informando de lo realizado durante el fin de semana (tanto grandes descubrimientos como actividades rutinarias) y remitiendo para mayor información al blog.
d) Atender las llamadas de los periodistas.
Nuestro blog se actualiza semanalmente (Ilustración: ADES).
Provisionalmente, y sin dar por cerrado el ensayo de este sistema, podemos decir que la repercusión obtenida ha sido grande. Enumeremos lo conseguido:
- Divulgación de la actividad espeleológica, tanto a nivel popular como institucional (municipal). A la gente le suena más lo que hacemos, nos llaman más cuando encuentran cuevas, es más consciente del patrimonio subterráneo.
- Hemos mostrado directamente el subsuelo a unas 100 personas en las excursiones “fin de exposición”. De ellas un 10% ha vuelto a llamarnos para acompañarnos ocasionalmente en nuestras actividades, y un 3% se ha incorporado plenamente al grupo.
- Los miembros más activos del grupo, que residimos en lugares dispersos, usamos el blog para comunicarnos mejor. De la misma forma, los miembros menos activos siguen nuestra actividad por medio del mismo, y se animan en más ocasiones a acompañarnos. Asimismo, otros grupos de espeleología saben lo que hacemos y las colaboraciones se estimulan. Y seguimos captando interesados, dando la opción de comentar las noticias publicadas.
- Aparición repetida en prensa, radio y televisión (en una media aproximada de tres ocasiones al mes). Hay que tener en cuenta las particularidades de los medios de comunicación masivos: la publicación de las notas de prensa no depende en absoluto de la importancia de la noticia, sino del hueco que tengan para rellenar. Así, se ha dado la paradoja de que el mayor descubrimiento que hicimos durante el año no mereciera dos líneas, y de que una nimiedad (p. ej. nota de prensa sobre prospección infructuosa) se publique a página entera.
En cuanto al trato ofrecido a las personas que estas actividades de difusión han atraído al grupo, digamos que hemos dosificado de una forma equilibrada cuevas complicadas, fáciles, miserables y espectaculares de forma que hemos podido mantener sin interrupciones nuestro ritmo de trabajo al tiempo que probábamos al novato viendo sus reacciones ante los diferentes obstáculos.
Excursión con un grupo de estudiantes de euskera a la cueva de Abittaga, Amoroto (Foto ADES)
6.5 Papel de las colaboraciones interclub
Las colaboraciones entre diferentes grupos de espeleología pueden jugar un papel de “salvavidas” para grupos en 3º o 4ª fase, en el sentido de que podremos completar el mínimo de espeleólogos requerido para entrar a una cueva en condiciones de seguridad (tanto más en el caso de exploraciones, desobstrucciones o equipamientos que requieran un número extraordinario de personas). Así, en vez de quedarnos en casa por no reunir suficiente gente, la colaboración con otros grupos nos permitirá mantenernos activos.
Pese a que estas colaboraciones no consiguen solucionar directamente el problema de la falta de espeleólogos, también podemos considerarlas una ayuda indirecta ya que mantener un grupo activo significa también mantenerlo receptivo a potenciales nuevos miembros.
Exploración conjunta GAES-ADES de la cavidad de Apraiz, Busturia (Foto: ADES).
7. LA CUESTIÓN DE LOS ARCHIVOS
Como queda dicho, la prioridad nº1 es revitalizar los grupos de espeleología que corren el riesgo de quedar sin gente. Aun así, la cruda realidad es que por no querer o no poder evitarlo hay grupos que a medio plazo van a desaparecer. Asumiendo esto, hay una pregunta que pocas veces se ha planteado seriamente: ¿qué pasa con sus planos, fotografías, textos...?
Bien es verdad que todo ese material atesorado por el grupo es fruto de mucho trabajo llevado a cabo durante largos años, voluntario, no remunerado, y que ha costado muchos litros de sudor. Demasiadas penas y alegrías se esconden bajo el polvo acumulado en esos documentos, como para dejarlo en manos de cualquiera. La primera reacción es desafiante –propia de los cavernícolas que somos-: “¿Quién va a venir a llevarse MI archivo?”.
No obstante, las cosas no son tan simples: hay que tener en cuenta que durante todos esos años se ha estado desarrollando un trabajo científico, de interés público por tanto. Generalmente se ha mantenido algún nivel de colaboración con otros grupos de espeleología, arqueológicos, científicos, técnicos... de forma que lo que lo conseguido también es, en mayor o menor medida, atribuible a otros. Por si esto fuera poco muchos grupos de espeleología están financiados por las instituciones públicas, tanto por subvenciones directas como por ayudas indirectas (cursos, socorro, publicaciones...) de forma decisiva para desempeñar su trabajo.
El Dr. Pedro Castaños, bien conocido por los espeleólogos, interviniendo en las XXVII Jornadas de Espeleología Vascas (Foto: ADES)
Así las cosas, resulta inaceptable que con la desaparición de un grupo de espeleología sus archivos queden “secuestrados”, es decir, inaccesibles al resto de espeleólogos y/o dispersos en casas o locales particulares. A mi juicio esto supone un verdadero desastre que no beneficia ni a los propios autores de la información (que no ven su trabajo reconocido y divulgado como sería deseable), ni al resto de espeleólogos por razones obvias.
En esta situación, considero que la salida más racional pasaría por seguir el procedimiento que convencionalmente usan diversas Asociaciones encargadas de recoger elementos de Patrimonio Cultural disperso: recoger los originales, copiarlos y clasificarlos para después ser devueltos a sus autores o depositarios. Una iniciativa de este tipo, no obstante, requiere de la existencia de una entidad solvente, reputada, que se sitúe por encima de las disidencias entre grupos y garantice una accesibilidad a esos archivos por parte de todos los espeleólogos interesados, así como el reconocimiento de su autoría. Esta entidad podría ser la UEV en el País Vasco, con especial protagonismo de los espeleólogos veteranos, retirados del trabajo de campo pero no del de gabinete.
8. APORTACIONES
Para finalizar mi intervención en estas XXVII Jornadas, lancé una salva de preguntas al público: ¿Merece la pena plantear este dilema? ¿Es inevitable que los grupos queden sin gente? Aparte de dejar que se pierdan ¿véis posible hacer algo con los archivos? Tras lo cual insté a los oyentes a responder y se produjo un tenso silencio.
Felizmente, recogieron el testigo: demostrando que este es un tema sensible, se lanzaron a dar sus opiniones sobre los aspectos mencionados. Hubo aportaciones al diagnóstico, comentarios sobre las soluciones, relatos de experiencias fallidas, ... en varios casos se manifestaron opiniones contrapuestas que fueron discutidas de forma racional, y que he tratado de recoger en los puntos desarrollados anteriormente. Puedo afirmar que ésta fue la parte más valiosa de toda la charla, con 10 o 15 personas opinando por turnos sobre lo comentado y otras 60 escuchando atentamente; ahora lamento no haber llevado una grabadora para transcribir lo allá expresado.
Todas las ponencias de las XXVII Jornadas llenaron la sala; hasta “los de la última fila” permanecían atentos (Foto: ADES).
En cualquier caso, los objetivos de mi intervención quedaron sobradamente cumplidos: poner el tema sobre la mesa, detonar el debate y constatar que hay un interés real por promover el relevo en los grupos de espeleología. Un buen punto de partida para hacer frente al problema de forma coordinada.
Lekeitio, a 20 de Junio de 2009.
2010/01/12
AVNIA
2010/01/11
Descubrimientos en la cueva de Abittaga (Amoroto)
Descubrimientos en la cueva de Abittaga (Amoroto)
ADES Espeleologia Taldea (Gernika-Lumo).
1. Un hallazgo espeleológico imprevisto.
2. Bittor Arropain, un personaje de leyenda. 4
3. El cierre del círculo: dos investigaciones que confluyen. 5
A los 85 años estaba en visperas. 11
Cuando la guerra termine seremos siempre amigos. 11
¡Corta cuarenta palos bien recios! 12
No queria morirme sin volverte a dar un abrazo. 13
1. Un hallazgo espeleológico imprevisto
La cueva de Abittaga está situada a orillas del río Lea en el término municipal de Amoroto (Bizkaia), y ha venido siendo usada sin interrupción desde tiempos inmemoriales. José Miguel Barandiaran descubrió un yacimiento arqueológico en 1964, determinando la siguiente estratigrafía: las primeras ocupaciones de la cueva corresponden al Magdaleniense superior final, acogiendo a grupos de cazadores con una importante actividad de pesca de salmónidos; una segunda fase se desarrolla durante el Epipaleolítico; y, finalmente, durante la Edad de los Metales, la cueva pasa a tener un uso sepulcral colectivo, apareciendo restos de cerámica prehistórica, huesos humanos y animales. No son los únicos indicios de sus antiguos ocupantes: adentrándonos en la oscuridad, descubriremos numerosos huecos en el suelo usados por los osos para hibernar.
Argazkiak.org | Abittagako sarreria © cc-by-sa: ades
La primera medición topográfica de esta caverna fue realizada por el Grupo Espeleológico Vizcaíno en 1958, estableciéndose en 250 metros el desarrollo de la gran galería inicial. En 1982 el ADES tomó el relevo y las campañas de exploración que periódicamente hemos venido realizando desde entonces nos han desvelado la cavidad más sorprendente y espectacular de la comarca de Lea-Artibai[1]: la belleza gótica de la “Sala ADES”, la tremenda “Sala de los Lloros” que emociona al más rudo espeleólogo, el delicado y encantador “Paso de los Azucarillos”...Abittaga es actualmente un laberinto de más de 5.000 metros cuya exploración mantenemos abierta. En cualquier caso este terreno está restringido a los espeleólogos; los hechos que hoy nos ocupan tuvieron lugar en un lugar más accesible, los 250 metros de la galería de entrada.
A partir de la década de 1960, la gente que se aventuraba en Abittaga comenzó a encontrarse con unas extrañas piezas metálicas. A comienzos de los años 70, integrantes del grupo de espeleología de la OJE de Gernika hallaron varios cartuchos con bala; a finales de esa década un habitante de Ondarroa declaró también haber encontrado restos de fusil... Cuando en los años 80 el ADES tomó el relevo de las exploraciones, la aparición de este tipo de material se convirtió asimismo en algo habitual para nosotros: seis guardagatillos, once portacorreas y una bayoneta fueron recogidas en diferentes épocas por nuestros compañeros Roberto Garai y Gotzon Aranzabal. Generalmente las piezas aparecían en una hondonada llena de bloques de piedra de la galería principal, o en un pasillo lateral que existe oculto tras la pared de dicha galería. Entre los hallazgos declarados y los que desconocemos, resulta imposible hacer un cálculo razonable del número de piezas que han podido aparecer a lo largo de los años.
El 30 de Diciembre de 1997, Pablo Feijoo y Jorge Lejarraga se encontraban realizando una escalada a unos 50 metros de la boca. Al alcanzar una repisa, se encontraron con lo que parecía un conjunto de antiguos fusiles. En un colchón de paja descompuesta se podía ver restos de madera, 8 cañones y 9 bayonetas, y por las chapas de hierro de la parte trasera de la culata, dedujeron que el depósito albergaba originalmente 12 fusiles. Los espeleólogos juzgaron conveniente recoger tales restos, con el fin de evitar que siguieran dispersándose: uno de los fusiles fue entregado a la sección de Patrimonio de la Diputación de Bizkaia; otro a la asociación cultural Gernikazarra de Gernika, dedicada a temas históricos; el resto quedó en manos de los descubridores a la espera de análisis.
El enigma que había intrigado a varias generaciones quedaba resuelto. Al parecer, alguien a finales del s. XIX escogió Abittaga como depósito de armas. Las características de la cueva son muy adecuadas para ese objeto: su entrada está en un lugar oculto, pero accesible desde el antiguo Camino Real que pasaba desde Gizaburuaga a Lekeitio; es una cueva relativamente seca; tiene cerca un puerto de mar... La configuración de la cueva, además, ayudaba a preparar un escondrijo único: tras entrar por la boca hay que descender una resbaladiza rampa de 20 metros, llegando al fondo de una amplia galería de gran altura. Este pasadizo principal, por donde va normalmente el visitante, cuenta con un pasillo lateral paralelo que conecta con él en varios puntos. Este estrecho pasillo tiene una zona elevada mucho más amplia, en forma de conducto circular, con repisas o balcones espaciosos que lo recorren por alto. Sin embargo, una vez arriba no es posible avanzar por encontrarse la repisa cortada por profundas hendiduras. Evidentemente, alguien había escogido uno de esos segmentos de balcón para disponerlo como escondrijo, precisamente en un punto que no resulta visible desde ningún otro lugar de la galería y desde donde se puede vigilar la entrada de la cueva.
Para conseguir alcanzar este lugar, los dueños de las armas tuvieron que escalar la pared del pasillo, de 7 metros de altura, cosa que no reviste complicación con las técnicas de hoy en día, pero difícil y peligroso en aquella época. Por los restos de madera hallados en la repisa, dedujimos que levantaron un andamiaje de vigas o una escalera para alcanzar el balcón. También debieron preparar en alguna medida el propio resalte, pues próximos a su borde encontramos un par de agujeros de barreno de 8 cms. de profundidad, tal vez para clavar estacas y unirlas con cuerda como seguro. Una cadena que todavía existe y que rodea una punta de roca en un extremo del balcón pudo haber servido para levantar pesos con ayuda de una polea.
Según se desprendía de los restos prácticamente deshechos de tejido de esparto y de hierbas que cubrían el suelo del balcón, los fusiles y las bayonetas se introdujeron en sacos de heno para intentar protegerlos de la humedad. Tras amontonarlos en la repisa, es de suponer que desharían el andamiaje dejando algún sistema para colocar una escala en el momento que precisaran; momento que, evidentemente, nunca llegó.
Argazkiak.org | Abittaga 1997 © cc-by-sa: ades
Al permanecer los sacos apilados y olvidados en el balcón durante muchos años, esparto, hierba y culatas de madera fueron pudriéndose y, paulatinamente, algunos sacos con sus correspondientes piezas deshechas comenzaron a resbalar y precipitarse por el borde del balcón. Algunos se detuvieron justo al pie de la pared, en el suelo del pasillo, pero la mayoría rodaban hasta la hondonada de bloques de la galería principal, donde eran encontrados.
El análisis del material evidenció que se trataba de fusiles franceses tipo Gras, modelo 1874, fabricado hasta 1885 en diversas factorías estatales y privadas. En algunas bayonetas se podía leer la inscripción grabada que señala el lugar de fabricación y el año. Todas coincidían en el lugar, Usine de Steyr (fábrica de Steyr), y tres de las halladas en el resalte llevaban la fecha de 1878 mientras que en la encontrada por Roberto Garai años antes figuraba 1877. Steyr es una localidad austríaca, con una importante industria metalúrgica, una de cuyas actividades ha sido desde muy antiguo la fabricación de armas. A finales del siglo XIX el gobierno francés encargó a su factoría la producción de una gran cantidad de fusiles, que aparte de destinarse al ejército francés fueron vendidos a diversos países.
El misterio parecía quedar aclarado, pero sólo parcialmente. Ahora sabíamos de dónde caían las piezas encontradas durante tantos años, y el contexto nos permitía relacionarlas con las guerras que asolaron el país en el S. XIX. Pero faltaba saber quiénes prepararon aquel escondrijo, y lo más importante: si la fecha de fabricación de algunos fusiles era posterior a la finalización de las guerras carlistas ¿qué objeto tenía aquel depósito a todas luces clandestino?
Conformes en cualquier caso por lo averiguado, dimos cuenta de nuestro feliz hallazgo a la comunidad espeleológica vasca, sin imaginar el sorprendente desenlace que se avecinaba.
2. Bittor Arropain, un personaje de leyenda
Argazkiak.org | Victor Arroita © cc-by-sa: ades
Como en todos los hogares de aquellos tiempos, en casa de Andrés Urrutia la palabra era protagonista. Las viejas historias familiares, en el linde de lo real y la leyenda, eran transmitidas de padres a hijos y para Andrés y los demás niños no había duda de la veracidad absoluta de las palabras de su abuela. Así conocieron la historia de Román Arroita, su bisabuelo, y la de su hermano Víctor.
A pesar de ser de diferentes ideas políticas, Román (liberal) y Víctor (carlista) compartían muchas opiniones y afinidades, tanto es así que hasta las esposas que tomaron eran hermanas, de apellido Eiguren, madres de una numerosa progenie que compartiría igualmente apellidos y lazos fraternales. Según se contaba en la familia, Víctor Arroita era un anciano alto, fuerte, de blancas barbas y planta aristocrática a lo que contribuían sus sus merecimientos de guerra[2].
Aquel niño creció, y con el tiempo Andrés se convirtió en notario, y hasta en presidente de Euskaltzaindia. Entre lo aprendido en casa y los datos aportados por el investigador lekeitiarra Rufo Atxurra, recopiló muchos retazos de la historia de su legendario tío-bisabuelo, redactando incluso una narración en torno a su figura[3]. Y es que, como enseguida veremos, la vida de este hombre fue digna de un guión cinematográfico.
Víctor Arroita formaba parte del ejército carlista que sitió Bilbao en 1874. En uno de los lances de la batalla, salvó a un grupo de prisioneros del bando contrario de ser linchados por la tropa; entre ellos estaba el alférez Francisco Amayas, quien alabó su caballerosidad, deseando poder agradecerle ese gesto algún día. Amayas tenía 18 años, Arroita 19. Los prisioneros fueron llevados a la retaguardia, y algunos de ellos –entre ellos el alférez- fueron canjeados un año después.
Tras finalizar la guerra en 1876, Víctor Arroita dejó su pueblo natal de Abadiano para marchar con su familia a Ispaster. En su casa del barrio de Arropain, a 100 metros de Lekeitio, llevaba una vida normal... aparentemente. En secreto, mantenía sus atribuciones militares liderando, ahora como teniente, una partida carlista. En torno a 1895-1900, este grupo comenzó a prepararse para el nuevo alzamiento militar que se tramaba, reuniendo armamento y guardándolo en un lugar secreto. Según palabras del propio Arroita, llegaron a contar con “cientos de fusiles” en una cavidad de los alrededores.
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Periódicamente, Víctor Arroita se acercaba a revisar el arsenal y engrasar las armas para su mantenimiento. En una de estas ocasiones sufrió un accidente, resbalando de una cornisa y cayendo al suelo desde gran altura. Percatado de su tardanza un compañero que conocía el escondrijo, intuyendo algún percance, fue a buscarle a la caverna: efectivamente, le encontró en la oscuridad malherido y sin poder salir. A duras penas consiguió sacarlo de allí y llevarle a casa, no sin llamar la atención de algún vecino que debió dar parte de sus sospechosas maniobras a las autoridades. Eso se deduce del hecho de que poco después, la Guardia Civil entrara en la cueva de Abittaga de Amoroto, incautándose de un importante arsenal que se guardaba en la misma.
Después de este accidente espeleológico –que le dejó cojo de por vida- ni el teniente ni ninguno de sus subordinados volvió jamás a la cueva de Abittaga, creyendo sin duda que nada había escapado al registro de los guardias. Desde luego, convaleciente de sus lesiones, Víctor Arroita tenía cosas más importantes por las que preocuparse: marcado ya como peligroso carlista y responsable de sedición, contaba las horas que quedaban para su detención, condena y fusilamiento.
No obstante, pasaron los días, las semanas y los meses y nada ocurrió. Intrigado por esta circunstancia, comenzó a hacer discretas averiguaciones y no pasó mucho tiempo antes de que supiera que Francisco Amayas, aquel joven alférez a quien perdonó la vida en la guerra, había proseguido una larga carrera militar hasta llegar a ser nada menos que... Director General de la Guardia Civil. Y sin duda, no había olvidado la deuda contraída treinta y siete años antes.
Años más tarde Amayas, que desempeñaba su cargo en Bilbao, realizaría una visita con otros altos cargos a Lekeitio. No fueron pocos los sorprendidos al ver cómo el viejo carlista se fundía en un efusivo abrazo con el militar.
3. El cierre del círculo: dos investigaciones que confluyen
Argazkiak.org | Abittaga 1997 © cc-by-sa: ades
Cuando el ADES encontró los restos de aquellos doce fusiles en 1997, no conocíamos la historia de Víctor Arroita. Nunca hubiéramos imaginado que encontraríamos la respuesta a aquel enigma. Un cúmulo de afortunadas coincidencias nos hicieron encontrar a la persona adecuada: entre los espeleólogos que supieron de nuestro hallazgo se encontraba Diego Dulanto quien, médico de profesión, contó la historia a sus compañeros del Hospital de Basurto. Entre ellos se hallaba Agustín Arroita quien, sorprendido, declaró que un antepasado suyo, cabecilla de una partida carlista, había usado una cueva de la zona como escondrijo. Nos puso en contacto asimismo con su pariente Andrés Urrutia, que era quien más información tenía sobre el tema.
El notario y presidente de Euskaltzaindia nos aportó la historia de su legendario tío-bisabuelo; nuestro compañero Santi Urrutia le proveyó de los datos técnicos del hallazgo. Las piezas del puzzle comenzaron a encajar, y aquella historia familiar, medio mito medio realidad, fue perfilándose de forma insólita.
Aquellos doce fusiles, olvidados en una alta cornisa durante un siglo, fueron el desencadenante para experimentar una emocionante y poco acostumbrada sensación: la de corroborar con pruebas materiales una antigua leyenda, transmitida como una llama perpetua de generación en generación.
ADES Espeleologia Taldea
Este artículo ha sido adaptado por Oier Gorosabel (miembro del ADES) sobre textos de Santi Urrutia (miembro del ADES y profesor de la UPV) y Andrés Urrutia (presidente de Euskaltzaindia y notario). Mostramos nuestro agradecimiento tanto a ellos como al arqueólogo Juan Carlos López Quintana, asesor del ADES en temas arqueológicos y director de la revista “Illunzar" donde fueron publicados inicialmente[4].
Anexo I
Hodie mihi, cras tibi
Andres Urrutia[5]
Euskaltzaindiako Presidentea eta Notarioa
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Inor inon eredugarri izan bada, gerraurreko Lekeition Bittor Arroita halakoa zala esan geinke. Lekeitioko Eskolapean ikusten genduan egunero, goiz zein arratsalde lehenean, haren irudia. Iluntzean, ostera, eleizak hartzen eban Bittorren arreta. Zaharsaritua bai; ezindua, ostera, egundo bere ez.
Txapel baltz, ule kizkur baizen zuri, bizar bete, eskuak fin eta berna luzeak ekarten euskuezan guri, sasoi haretako lekeitiar umekondoei, bizitzak makina bat bider astinduriko gizaseme oso baten ezaugarriak.
Sarri ibili gara geu be, adinean aurreratu eta gero, Bittor eta lagunak osotzen eben gizaldra haren autu-mautuak asmatu nahian. Karlista eta liberalen kontuak izango ziran, ziur asko, orduko hareek. Huts egiten genduala? Dagigun. Baina tartean edo, Bittorrek Daniel adiskideari hamaikatxo aldiz esandako ipuinetan izan gara gu entzule, euren jarlekuetatik hur-hurrean, ezer ulertu ez arren, gure jakingura asetu nahian.
Aldi nahasiak ziran, edozein modutan be, orduko hareek. Gerra genduan gure gainean. Egia esan, gazteenak be zeozer somatzen genduan. Soldadu, gudarien abarrotsak, kamioien joan-etorriak, kanoiak, albisteak... horreek ekarri eben hasiera. Gero gogortada astunak, Ondarroatik etorritako igeslariak eta erbestetuak. Azkenean be, itxoitaldi luzea, gerrako garra gogorreneko bizigiroa eta, okerragoa zana, etsaien arteko erioaren txopinkadak. Bateko eta besteko hildakoak, tantaz tanta, izen-abizen hareen zerrendak sekula be amaierarik izango ez baleu legez.
Negua joan eta udabarria baetorren. Zurrumurruak, inondik be, gero eta indartsuagoak. Laster izango zala erasoaldia, Elgetatik etorriko zirala, Markinako aldean erreketeak itzel ibili zirala oraintsu... kostaldean, ostera, lasaitasuna zan nagusi.
Bittor ohartuta egoan aldakuntzaren egunaz. Egun bi ziran alaba eta suina agurtu behar izan zituala, hareek Bilborako bidea hartuta. Ailaginakoak eginda egozan biok, bera eta Petra emaztea, alaba bakarrak etxetik alde egin ez egian. Semeak aspalditik joanak ziran. Gerrako lubakietan ebilzan ordutik, urtebete laster etorriko zala. Alabagazko hareek, edozelan be, alperreko suertatu ziran. Suina batzuen aldeko izan eta besteak, zalantza barik, ez eutsen halakorik parkatuko.
Domeka. 1937. urteko apirilaren hogeita bosta. Goizero legez, Arroita etxeko ganbarara abiatu da, eskilaragune estu batetik. Goian, teilatupean, seme abadearen teologia liburu zaharren azpian, egurrezko kutxatxo batetik atara dau irratia. Argia biztu eta Burgosko irratiaren albiste emotea entzun dau.
Irratiaren nonzebarria amaitu baino arinago, itzali eta jezarrita jarraitu dau. Petrari ez deutso ezer be esango. Erabagia hartzeko tenorean dago. Halantxe egin dau.
Etxeko gelara orduko, emazteari galdetu deutso:
—Ba al zatoz mezatara?
—Ez egon nire zain, gerotxuago joango naz eta!
Bittorrek etxetik alde egin dau, goizeko hamarrak hurretxoan, domekero legez, meza nagusia entzuteko asmoz. Bidean Daniel adiskidea batu jako ta biak batera doaz, Bekokalean zehar, eleiza nagusirantz.
Mezatatik urten eta Bittor eta Daniel alamedatik datoz. Abadeen moila dabe euron heldu beharra. Daniel itsastarrak, lantzean behin, Bittor lehorrekoari ziztaka:
—Gutarrak badatoz, ezta?
—Baiezkoan nago, baina ez dakit zelan edo nondik. Goizean irratia entzun dot. Alperrik. Ez dau ezer be argitu.
—Ba, nire ustez, gaur edo bihar izan behar dau horrek- esan deutso Danielek.
—Zergatik dinozu hori?
—Neuk pentsa. Besteen aldeko gehienak iges, portuko txalupa nagusiak Bilbora. Seinale txarrak dira horreek...
—Edozelan be, bezperetara joango gara, ezta?
—Bai gizona, betiko moduan.
Adiskideak alkarri egin deutsie agur, bazkalondoan barriro batuko diralakoan. Petrak bazkari arina atondu dau.
—Danielegaz geratuta al zagoz arratsalderako?
—Bai, Eskolapean batuko gara, hantxe barriketan egon eta gero eleizara.
—Hobe ez joatea, besteak ei datoz eta...
—Ez dot uste. Goizegi deritxat ondino.
—Zertan ibiliko dira gureak? Ezer jakin al dozu?
—Gauza handirik ez. Badakizu atzo Baskongadetako autobusaren txoferrak esan eustana. Bilboko lengusuen etxean ei dagoz.
—Jesus, eta deitu bere ez?
—Ez eben eukiko astirik. Atzoko kontua da hori.
Bittor eta Petra isildu egin dira une batez. Biok dakie Bilboko barriak ezin dauala kendu barruan daroen ezinegona. Etxea hutsik, bertan zaharrak baino ez dagozala.
Urtekeran, Bittor Arroitak patrikaran sartu dau halako txapel gorria, bertan josita dagozala azken karlistadan eskuraturiko bi izartxo. Armada karlistaren teniente maila da horreetan erakusgarri.
Eskolapera zuzendu dira haren pausoak. Daniel Txopitea adiskidea aurretiaz etorri jako, euren betiko jarlekuetan dago jezarrita. Inor be ez dago plaza osoan. Petra emaztea, leihoaren gortinatxoetan burua ezkutatuta, zahar biei begira dago. Kezkati emoten dau.
—Betiko kontu jakinetan ibiliko dira horreek biak- pentsatu dau bere kautan, senarra eta biok etxeazpiko solairuan daukiezan apopilo geletarako izarak tolesten dituan bitartean.
Jardunean dabilz Daniel eta Bittor. Lehenengoak besteari dirautso:
—Bittor, Bittor, esaistazu, zelako latina zan ha, liberalak erakutsi eutsuena?
—Ez zan harek erakutsia, neuk irakurria baino- erantzun dau harro-harro Bittor Arroitak.
—Dana dala, esaistazu areagotu dau Danielek.
—Hodie mihi, cras tibi.
Danielek, beste behin be, harridura aurpegia jarri deutso adiskideari. Gertaturikoa hamaikatxo bider kontatu arren, beti dau Danielek kontu horretan zerbait barri, ezezaguna, bere harridura behin eta barriro biztu eta sortzen dauana.
Artean, olgetan dabilzan umekondo batzuk batu jakez zahar bioi eta Danielek, gonbite egin nahian edo, etorteko esan deutse:
—Etorri, etorri, Bittorrek aspalditik gertatu jakona ostera be kontatu behar deusku eta.
Zaharrak eleari ekin deutso:
“Azken karlistadaren garaian gertatu zan, 1877. urtean, hain zuzen be, oraintxe kontatuko deutsuedan pasadizua. Karlistok, gure lege zahar eta erlijinoari eusteko erregeren alde urten genduan soldadu eta Euskal Herri osoan zabaldu zan gure indarra. Bizkaia, Araba, Gipuzkoa eta Nafarroa gutarrak ziran. Bageunkan, ostera, aurreko istiluetan ibili ginaneko arantzatxoa, hau da, Bilbo hartu ez izana. Horrexegaitik batu genduzan batzekoak eta hara joan ginan. Bilbo inguratu, Begoñatik sartu eta Mallona jadetsi genduan, hango kanposantuan sekulako burruka euki genduala liberalekin.
Halako baten, Begoña inguruan genbilzala, Delmas izeneko etxe baten ondoan, konturatu ginan gure lerroen atzetik tiro egin euskuela. Etxe bakartu haretan bazan liberal aldratxo bat, bala-bala gure aurka ziharduana.
Komandanteak agindua emon ahala, nire pelotoia bertara joan eta hiru ordu eurokin deman ibili ostean, hildako ugari batera eta bestera suertatuta, bakea eskatu eta amore emon eben. Etsi eta gero, etxetik banan-banan urteteko esan geuntsen. Halantxe egin, eta laster ohartu ginan hiru soldadu besterik ez zirala etxe haretan bizirik egozanak.
Hiru soldaduon atzetik, horra hor gure ezusteko galanta behin behineko teniente gaztetxo batek, aurpegi zurbil, bibote eta guzti, hiru hareen segidako urteten ebala ikusi genduanean. Atxilo egin eta gure erregimentuaren presondegian gorde genduan.
Hiltea seguru eban teniente hasibarri harek. Gaua bitartean, komandanteak halan erabagi eta agindua beteteko niri deitu eustan:
—Arroita, teniente gaztetxo hori afusilatu behar dozu- agindu eustan komandanteak.
—Zure aginduetara.
Egunsenti aldera, biok urrundu ginan erregimentuaren egoitzatik. Begoña gainean dagoan monja komentuan sartu eta hutsik egoala ikustean, bertako hilerrira abiatu ginan, bera, hil behar ebalako uste osoan eta ni, aldiz, askatu behar nebalako pentsamentu betean.
Hobitegiaren sarreran goiburu laburra egoan idatzita, sarritan ikusi doguzan horreetarikoa: Hodie mihi, cras tibi (gaur niretzat, bihar zuretzat).
Teniente liberala tente egoan, erioaren zain. Nik, ostera, berorrengana urreratu, eskuko sokak askatu eta joateko agindu neutsan:
—Eskerrik asko. Bizia zor deutsut. Inoiz arazorik edo badozu, nigaitik galdetu. Francisco Amayas nozu. Nahikoa izango dozu hodie mihi, cras tibi esan edo idaztea.
—Joan, joan zaitez arin, inor etorri baino lehen- ihardetsi neutsan nik, karlista batek liberal bati sekula be ezer zor ezin izango baleutso legez.
Halan joan zan gudaldia. Galdu egin genduan gerra. Etxeratu, ezkondu eta Lekeitiora etorri nintzan bizitera. Ezin, inondik bere, karlisten zirrarak baztertu, eta ekin eta ekin ibili nintzan hurrengo karlistadarako iskiluak batzen eta atontzen.
Urteak garrenean, Abittagako koban neukazan nik neureak ondo gordeta, karlistak hurrengo ahalegina noiz egingo zain.
Astero-astero joaten nintzan ni hara, fusilak eta pistolak garbitu eta jagotera. Urteetan ibili nintzan ni halako joan-etorrietan, herriko beste lagun batzuekin batera, ezkuturik ezkutuenean.
Behin, halanda guztiz be, gertatu behar zana gertatu zan. Laprastada ederra egin kobazulo haretako labagune baten eta hanka hausi. Ezin aurrera eta ezin atzera. Minaren minaz, nire alarauak ilun haren betegarri ziran.
Ordu batzuk geroago, nigaz batera isilpekoan egozan batzuk agertu jatazan gertaturikoa bideratzera. Egoera baldarrean ikusita, gurdi batean sartu eta lasto artean ekarri ninduen etxera, inork be ohartu barik.
Etxean, ostera be, arazoak. Apopilo etxean laster nabaritu eben nire hutsunea, baita nigaitik galdezka hasi be. Era berean, herriko guzurtegietan zertxobait baegoan entzun beharrekoena, horixe zan nire izena. Hala-beharrean nengoan, nire eguneroko zereginak ezin beteta.
Laster etorri jatazan goardia zibilak.
Armak be, beste batek edo esanda, agiriko izan ziran berehalakoan: galduta nengoan. Ezin etxetik atara neure burua. Ezinduta neukan hanka eta ate ondoan orduero ibilten zan goardia zibil bikotea be, ez edozelangoa.
Egunak joan, egunak etorri, gero eta galduago ikusten neban neure burua. Ez nekian nora jo. Emaztea eta umeak ezinean ikusten eben nire ingurukoa, goardia zibilak gora, paper baltzak behera. Bizkaiko gobernadore zibilak be eskua eukan sartuta nire arazoan eta zigor gogorrak etorriko ziralakoa danon ahotan ebilen. Estu eta larri ni, atezuan eta urduri, lorik be askotan ezin eginda. Onik onenean be, laster neban kartzelaldi luzea nire gainean. Behingo larria, benetan, ordukoa!
Aurrekoa ikusita, erabagia hartu neban, karlista batek liberal bati sekula be eskatuko ez eutsana eskatzekoa. Halan, seme nagusiari isilmandatu emon eta harek posta etxean ipini eutsan telegrama Amayas jaunari:
—Francisco Amayas. Madrid. Hodie mihi, cras tibi.
Hiru-lau egun joanak ziran harrezkero. Erantzunik ez. Lurrak iruntsi izan baleu legez, teniente liberalak inondik be ez eban bere burua erakusten.
Bosgarren egunean, goizeko hamaikak aldera, automobil baten zaratotsak entzun ziran Bekokaleko harlauzetan. Gure etxe alboan gelditu eta gizon gorbatadun batek urten eban. Ateko goardia zibil zaindariak aginduetara jarri jakozan, txalupa-masta baino zuzenago.
Gizon ha gurera etorri eta nigaitik galdetu eban. Nire logelara sartu zanean, berehala konturatu nintzan aginpide handiko gizona nebala:
—Don Bittor, egunon!
—Egunon dagizula zuri be!
—Bizkaiko gobernadore zibilaren idazkaria naz. Don Francisco Amaya goardia zibilaren jeneralak agindu emon deusku, zu libre ixteko. Zure kontrako karguak ezabaturik geratu dira- esan eban uriko gizonak.
—Eskerrik asko!
—Beste zeozer be agindu dau Amayas jeneralak. Ondo-ondo ulertzen ez badot be, hauxe esateko zuri: hodie mihi, cras tibi!
—Jakina! —oihukatu neban nik, kaiolatik kanpo nengoala jakitean.
Eta halantxe etorri nintzan, beste behin be, gizon libre eta zamarik bagekoen mundura.”
Haria ez jako eten Bittor Arroitari. Umeak olgetan jarraitzen dabe, Bittorren berbategia entzun eta gero. Ordua aurrera doa. Arratsaldekoa ia-ia eginda dago, Bittor eta Daniel Eskolapeko jarlekuetatik zutundu eta elizara abiatu diranean.
Bien bitartean, zarata handiak datoz eleiza aldetik. Apurka-apurka eleiza albotik edo, Bittorrek somatu ditu, hirurogei urte lehenago ikusiak zituan txapel gorri modukoak, fusila eskuetan eta kristau irudia bularretan. Lekeition sartu dira erreketeak.
Bittor Arroitak patrikaran daroan txapel gorria atara beharrean, gordeago dauka berori, egundo be beste inori ez deutsalako erakutsiko. Berea dau eta erabagia goizetik dauka hartuta. Hodie mihi cras tibi.
Texto publicado en el nº12 de la revista Fotos (de
Falange Española Tradicionalista) del 15 de Mayo de 1937[6]
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A los 85 años estaba en visperas
Yo sabía que en Lequeitio existían los carlistas más viejos de España. Los tenía anotados hace tiempo en mi carnet para hacerles una información. Cada año que pasaba me los iba dejando más en sazón, más viejecitos.
Y ahora, cuando los rojos estaban en Lequeitio, me acordaba yo con angustia de mis viejos carlistas. ¿Me los habrán matado esos bárbaros?.
No, no me los han matado. Al llegar a Lequeitio he buscado a Víctor Arroita y le he encontrado en Vísperas, ¡Tiene ochenta y cinco años y estaba en Vísperas¡. ¿En Vísperas de qué?. Otras personas, a los ochenta y cinco años solo están en Vísperas de morirse. Es lo contrario de lo que le ocurre a este viejo carlista de Lequeitio. Toda la vida de Víctor Arroita no ha sido más que la víspera de estos días de plenitud, que está viviendo ahora. Porque Dios le ha dejado llegar a ellos y ver esta primavera de boinas rojas, estaba hoy alabándole con los salmos de las Vísperas.
- ¿Estuvo usted siempre seguro de que llegaría este triunfo?
- Cada día estaba más convencido, sobre todo desde que he visto a los otros de cerca. Esa gente no puede ir a ninguna parte. España dejaría de ser España, para que ellos fueran los amos.
- ¿Qué guerra le parece a usted más dura, ¿ésta o la que ustedes hacían?
- Los medios de combate que hay ahora son terribles. El estar una hora tendido en el suelo aguantando la metralla de los aeroplanos, tiene que ser peor que estar en el infierno. ¡Y esa vida de las trincheras inmóviles los soldados días enteros, con el agua, hasta las rodillas ¡. Eso es terrible. A mí la guerra así no me gusta. La nuestra era más bonita.
- ¿En qué combates intervino usted?
- ¡En tantos intervine! Yo estuve en el sitio de Bilbao, el año mil ochocientas setenta y tres.
Cuando la guerra termine seremos siempre amigos
En la parroquia han terminado las vísperas.
- Mire Usted -me dice Arroita- aquel señor que sale de la Iglesia con los dos curas estuvo también en la guerra carlista. Si quiere usted le llamo.
- Con mucho gusto le saludaré.
Arroita me ha presentado a don José Félix Eguileor. Este viejecillo pulcro, enfundado en un gabán negro, tiene ochenta y seis años y fue en la guerra carlista del 73 al 76, abanderado del batallón Marquina, el tercero de los de Vizcaya. También estuvo en el sitio de Bilbao, pero tiene ya las fechas y los sucesos un poco revueltos en la cabeza.
Tratando de ponerlos un poco en orden de estado mientras Arroita ha ido hasta casa para traer las cruces y medallas,.. que conserva orgullosamente ganadas en otras tantas acciones de guerra. Cuando regresa, hacemos a los dos viejos luchadores unas fotografías entre los pequeños flechas y requetés que les oyes embobados, contar sus hazañas.
Los dos conservan muy bien la vista y la agilidad de las piernas, especialmente Arroita, a pesar de que es cojo y tiene que andar apoyándose en un bastón.
-¿Esa cojera es de una herida de la campaña, don Víctor?
- De la campaña precisamente no; pero algo tiene que ver con ella- y Arroita nos cuenta un episodio que por la fruición con que la recuerda, bien se ve que ha sido culminante en su vida.
- Yo -dice- fui uno de los que tomaron la casa Delmás en el campo Volantín. Fui yo mismo el que la puse fuego. Este episodio del sitio de Bilbao ya casi nadie lo recuerda, pero tuvo entonces mucha resonancia.
- En Churdínaga, cuando ya se había levantado el sitio, tomé con mis hombres otra casa. Yo era sargento. Dentro de la casa hicimos prisioneros a veinticinco soldados del regimiento de Valencia, con un alférez graduado de teniente. Para cogerlos tuvimos que hacer un agujero en la pared, y por allí, los fuimos sacando uno a uno. Entre ellos había dos voluntarios vascos. Cuando estábamos sacando a los que faltaban, los dos voluntarios, en un descuido nuestro, hicieron fuego sobre nosotros y por poco nos matan. Mis soldados querían fusilarlos a todos allí mismo. No hubiéramos tenido ninguna responsabilidad, puesto que nos habían agredido, pero yo me opuse, porque no todos tenían la culpa. Entonces el alférez se adelantó y me estrechó la mano.
- Eres un caballero -me dijo-. Quisiera poder agradecerte algún día con un gran favor este rasgo generoso. Me llamo Francisco Amayas Díaz, y pertenezco a una familia muy bien relacionada en Madrid. No te olvides de mi nombre y búscame si alguna vez me necesitas.
- Don Francisco -continua Arroita- era un muchacho de mi misma edad. El tenía 18 años y yo, 19. Se veía luego que era de mucha nobleza aunque no tuviera una complexión tan fuerte como la mía.
- Aunque ahora estamos en campos distintos -acabó diciéndome- yo quisiera que cuando termine la guerra fuéramos siempre amigos.
¡Corta cuarenta palos bien recios!
Arroita continúa su historia:
- Llevamos a los prisioneros a Galdácano, donde tenía su cuartel el marqués de Valdespina. A los dos voluntarios les condenaron a morir en la plaza de Amorebieta. Yo mismo fui el encargado de llevarlos; Cuando llegamos al pueblo, el capitán Villachica me dijo bien alto, para que lo oyeran las prisioneros.
- Arroita, corta cuarenta palos bien recios y avisa el alcalde que mañana se ejecutará a los reos.
- ¿Los van a matar a palos? -pregunté.
- Esa es la sentencia.
Yo no dije nada, pero me pareció algo fuerte. A la mañana siguiente estaba ya todo el pueblo en la plaza para presenciar la ejecución, cuando llegó un ordenanza del general, con un pliego mandando suspenderla. Todo había sido una simulación y los reos quedaron indultados. A los otros prisioneros supe que los habían llevado a Peñaplata, en los confines de Guipúzcoa y Navarra. Los tuvieron allí un año y sirvieron luego para el primer canje de prisioneros que hubo en la guerra. Tuvo lugar en el alto de Banderas, cerca de Bilbao. Entre los canjeados estaba el alférez don Francisco Amayas.
No queria morirme sin volverte a dar un abrazo
- Cuando terminó la guerra -dice Arroita- yo me casé y me fui a vivir a Abadiano. Pasaron muchos años sin saber nada del alférez. Un día me dijeron que había entrado en la Guardia Civil y que era Capitán en Bilbao. También supe luego que varias veces había preguntado por mí a viejos conocidos. Como ninguno pudo darle noticias mías, pensaba que habría muerto en la guerra.
Pasó después mucho tiempo. Treinta y siete años habían transcurrido desde el día aquel cuando cogí prisionero en Churdínaga al alférez Amayas. El había hecho buena carrera. Era ya en Madrid jefe de la Guardia Civil de toda España.
- ¿Director general?
- Eso debía de ser.
- Yo seguía siendo carlista, como siempre, sin perder las esperanzas. Se hablaba por aquellos días de otro levantamiento y yo fui a engrasar mis fusiles. Tenía varios centenares de ellos escondidos en una grieta muy profunda del monte, adonde nadie bajaría por capricho. Yo bajaba y subía ya fácilmente. Pero aquel día lo hice con tan mala suerte, que rodé hasta el fondo. Allí me hubiera quedado por toda la eternidad, si uno de los amigos del mismo pueblo, que conmigo estaba en secreto, no se hubiese alarmado al ver que tardaba tanto en volver. Fue allá y me trajo a casa medio muerto. Varios días estuve entre la muerte y la vida. Hicimos correr la voz de que me había caído de un árbol trabajando en la huerta; pero fueron pocos los que lo creyeron. No faltó alguien que viera cómo mi amigo me bajaba del monte. Se encontraron las armas. Me iban a fusilar, seguramente ...
Pero pasaron días y más días y nadie me molestaba. Salí ya curado a la calle, cojeando un poco, y pude ver que ya apenas se hablaba del suceso. Noté también en los periódicos atrasados que pude leer, que en lo que de él se había hablado ni siquiera una vez se había escrito mi nombre. No podía yo explicarme aquel misterio. Estaba ya tan lejano de aquello de Churdínaga, que me costó mucho caer en la cuenta de que el director general de la Guardia Civil era ahora aquel joven alférez ...
Poco tiempo después vino don Francisco Amayas a Lequeitio, en un viaje oficial, con toda su plana mayor. Se hospedó en la fonda de Beitia, que estaba en aquel bar que hay allí enfrente, cerca del puerto. En cuanto supe que había llegado fui a saludarle y a darle las gracias. Había salido y en la calle me lo encontré luego, ahí junto a la iglesia. Me adelanté hacia él con la boina en la mano.
- Supongo que eres Víctor Arroita aunque no te he vuelto a ver desde aquel día – me dijo al verme llegar-.
- Si, señor; soy Arroita y vengo a darle las gracias;
- No me trates de usted ni me des las gracias de nada. Somos viejos amigos y no hubiera querido morir sin volver a darte un abrazo.
Y el público que presenciaba la escena se quedó haciendo cruces al ver cómo el director general de la Guardia Civil abrazaba cordialísimamente a aquel peligroso carlista al que pocos días antes iban a fusilar.
[1] Ante la importancia de los hallazgos realizados, y dado el poco civismo mostrado por algunos visitantes (pintadas, destrozos, basura) solicitamos permiso al Ayuntamiento de Amoroto para cerrar la cueva. Actualmente, cuenta con una reja especial de cuya llave hay dos copias: una en el Ayuntamiento y otra en el ADES, y que están a disposición de quien la solicite bajo la única condición de dejar apuntados sus datos personales.
[2] La boina de campaña del teniente Arroita se encuentra hoy en día expuesta en el Museo Etnográfico de Bilbao, donada por su hijo el cura Nicolás Arroita. Es curioso que este nombre, Nicolás Arroita, aparece escrito en una de las paredes de la cueva de Abittaga, junto con la fecha de 1900.
[3] Reproducido en el ANEXO I del presente trabajo.
[4] Asociación Cultural de Arqueología Agiri. Illunzar Nº5. Gernika-Lumo 2005. 99-114.
[5] Publicado por primera vez bajo seudónimo: Arego J. Hodie mihi, cras tibi. Berbondo. Labayru Ikastegia 2004. Y por segunda vez: Urrutia A. Hodie mihi, cras tibi. (2005) Illunzar Nº5. Gernika-Lumo 2005. 99-114.
[6] Jose Luis de la Torre nos ha facilitado la reproducción del texto y fotos de esta revista, que se encuentra en el archivo de Rufo Atxurra.